
Este rincón de mi sitio web queda reservado como tributo en memoria de aquellas personas trascendentales que resultaron fundamentales en el devenir de mi trayecto vital. 🙂
Cada vez son más las bellísimas personas que nos faltan y cuya ausencia es dura y dolorosa, pero que siguen viviendo -y lo seguirán haciendo- dentro de nosotros por todo cuanto nos transmitieron, por todo lo que vivimos a su lado y porque siempre permanecerán en lo más hondo de nosotros merced al profundo sentimiento que albergamos en nuestro interior por nuestros seres más queridos, a los que echamos -y seguiremos echando- de menos cada día, pero cuya impronta en nuestras vidas aparece -y seguirá apareciendo- constantemente reflejada en nuestra memoria forjando nuestra idiosincrasia y formando parte de esa evocadora remembranza imperecedera que nos acompaña en todo momento. Por ello siempre están en el más sentido recuerdo y de forma constante en mi pensamiento.

En primer lugar, debo mencionar a mi madre, mi pilar fundamental, Ana I. del Corral Romero, esa valiente mujer coraje, esa fémina de infinita ternura y bondad ilimitada, con su perfil de sutil frescura y sensibilidad profunda hasta en la más recóndita nervadura, que fue eficientísima funcionaria de la diputación de Palencia, en la que recaló tras estudiar un año de Ciencias Biológicas en la Salamanca de fray Luis y del vasco Unamuno (yo que tanto navegué en mi infancia atormentado en la duda unamuniana) y que se manejó como nadie en los vericuetos del derecho administrativo y la administración pública que a mí, mucho más versado en cuestiones gramaticales, filológicas y humanísticas, me parecían de una complejidad superlativa.
Mi madre mostró su solvencia con un claro carácter polivalente como demuestra el hecho de que estuviera en muy diferentes áreas de la institución provincial palentina, desde Presidencia –donde comenzó- hasta la entonces recién creada –en tiempos de Emilio Polo Calderón (UCD)- Asesoría Jurídica donde tuvo como jefe al letrado y tutor de la UNED de Derecho Paco García Amor pasando, ya tras su reingreso después de la excedencia – o sea, a partir del año 1999-, por departamentos muy bonitos como Cultura y Turismo y, finalmente, el área de Intervención adonde fue llevada por el diputado provincial, gran gestor y buen amigo Isidoro Fernández Navas.
Mi madre, hija del apuesto profesor mercantil que fue mi abuelo materno y de la voraz lectora y escritora aficionada que fue mi abuela materna; mi madre, nieta del brillante matemático José del Corral y Herrero, mi bisabuelo Pepe, el amigo de Rey Pastor (a su vez amigo de Cajal), en fin, mi madre, nobleza personificada y magnánimo ser de colosal calidad humana, quien, a pesar de su elevado nivel cultural, tuvo la enorme desgracia de enamorarse del ser más abyecto, vil y despreciable que quepa imaginarse, mi infausto progenitor, así que desde bien pronto hubimos de protegernos mutuamente generándose una complicidad única e indescriptible ya que siendo un tierno infante perdí esa inocencia que desaparece ante el descubrimiento de la crudelísima maldad en ciertas personas, más aún ante el despiadado salvajismo de los malos tratos. Pocos días felices y muchos de gritos, golpes e insultos tras fingidas disculpas de un ser camaleónico que podía pasar por buen tipo siendo el mismísimo demonio… Todo tuvo su factura, como la muerte de mis hermanos Joaquín José (1986) y David (1990) al poco de nacer, y la hemiplejía y parálisis cerebral de mi hermano Alberto (1992-2010). Pero mi madre y yo hicimos frente a todo. Y superamos cada obstáculo con la actitud firme y enteriza de las buenas personas.
Como curiosidad contaré que yo nací en La Coruña en el conocido Sanatorio de Maternidad Belén, fundado por el ginecólogo Ángel Ron Fraga y donde acabó siendo director su hijo, Ángel Ron Corzo, también ginecólogo, una auténtica eminencia y hombre al que mi madre siempre conservó gran cariño por la exquisita atención recibida y que siempre hizo todo lo que pudo por ayudarnos, pues las muertes a los pocos días de nacer por infarto de mis hermanos Joaquín José y David -así como el nacimiento prematuro con seis meses de embarazo en Vigo con hemiplejía y parálisis cerebral de mi último hermano Alberto– fueron, sin duda, fruto de la brutalidad de los malos tratos propinados por mi infame progenitor que ni siquiera cesó en sus bestiales palizas durante los embarazos de mi madre. Debo decir que me enteré años después de la repentina muerte de Ángel Ron Corzo a tempranísima edad, con solo 45 años, de un infarto masivo mientras hacía deporte, algo que me conmocionó en cierta medida pues, aun cuando yo no lo recordara, fue él el médico que me trajo al mundo y de quien siempre me habló muy bien mi querida madre.
Mi madre, Ana I. del Corral Romero, mi pilar fundamental, fallecida el 25 de abril de 2013
El diabólico y atroz, abominable y nefando maltratador no fue otro que el terrorista doméstico de mi progenitor, un monstruoso criminal llamado Miguel Ángel Domínguez Abad (contable en la gestoría Contabem de La Coruña y en la ONCE donde alcanzó cierta notoriedad en tiempos del inefable Miguel Durán como director de la entidad cuando acudía, en ocasiones, a entrevistas que le realizaban en Onda Cero, años noventa y finales del felipismo socialista), en fin, mi repugnante progenitor, aquel abyecto malnacido, era el menor de ocho hermanos, a cada cual más repulsivo y malvado en aquella atrabiliaria y dantesca familia paterna de nauseabundo e infausto recuerdo. Era hijo, por tanto, de José Domínguez Villaverde, profesor de los Hermanos Maristas y del Colegio del Ángel de La Coruña –entre cuyos alumnos estuvieron Paco Vázquez (exalcalde de La Coruña y exembajador en el Vaticano), Augusto César Lendoiro (expresidente del Deportivo de La Coruña) o el deportista Fernandito Romay– y de la ludópata, cleptómana, hipocondríaca y desequilibrada señora –si podía considerársela tal- Elena Abad Fraguela.
Huelga decir que yo, en cuanto pude –al cumplir la mayoría de edad-, lo primero que hice –y que llevaba tiempo queriendo hacer- fue invertirme el orden de los apellidos poniéndome el materno en primer lugar como gesto de cariño infinito e inmensa gratitud hacia mi familia materna y a la vez como gesto de total y absoluta repulsa hacia la infame familia paterna que, para mí, jamás fue familia en modo alguno.
He aquí dos preciosas fotografías, una en la que sale solo mi madre, Ana Isabel del Corral Romero, y otra en la que, además de ella, aparece también su padre, mi abuelo materno: Agustín del Corral Llamas.
Y es que, asimismo, tengo que mencionar a mis abuelos maternos (los yayos), Agustín del Corral Llamas y Marina Romero García.
Huelga decir que, para mí, mi abuelo materno, el yayo, fue mi padre (moralmente hablando): Agustín del Corral Llamas

He aquí (imagen de la izquierda) una de las aulas de la Academia San Luis de Palencia, una de las academias que fundó y dirigió mi abuelo materno en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado (y que se situaba en la calle Don Sancho, muy cerca de Los cuatro cantones). Otra de sus academias fue la Hispano. Posteriormente daría clases y sería jefe de estudios en el Centro Sindical de FP Virgen de la Calle antes de acabar como Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia.

Mi abuelo materno Agustín del Corral Llamas fue, junto a un jesuita salmantino, el Rvdmo. P. Álvarez, uno de los fundadores, a principios de los años cincuenta, de la Cofradía Penitencial Nuestro Padre Jesús Crucificado y Nuestra Madre Dolorosa, en Palencia.
Las imágenes siguientes son caricaturas de un alumno de la extinta academia palentina San Luis (otrora sita en la calle Don Sancho) mencionada, que, como ha quedado dicho, dirigió y donde dio clases mi abuelo materno, Agustín del Corral Llamas, a mediados del siglo pasado. En una de las fotografías aparece caricaturizado el cuadro de dirección de aquella célebre academia de los años cincuenta (mi abuelo junto al Rvdmo. Padre Álvarez, Isidoro García y el conocido Patricio Izquierdo Sarró, este último acabaría de director de la Fábrica de Armas palentina y llegaría a ser candidato al Senado por Alianza Popular en 1977 sin éxito, padre de once hijos entre los cuales se hallaría el historiador y político Pablo Marcial Izquierdo Juárez), y la otra es la caricatura donde aparece solo mi abuelo y que él decidió enmarcar y colgar en el despacho de casa -hoy el mío- donde ahí continúa (como no podía ser de otro modo). Pues bien, esa caricatura se la hizo en testimonio de su afecto y gratitud un alumno suyo llamado José Ramón.
Gracias a Julián García Torrellas (Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de Palencia) -y atando cabos- pude saber que ese alumno no era otro que el posteriormente conocido dibujante e ilustrador José Ramón Sánchez, que apareció en programas televisivos de los años ochenta, que realizó famosos carteles electorales allá por los años setenta, en los primeros comicios democráticos, y cuyo hijo no es otro que el celebérrimo director de cine -ganador del Goya al mejor director novel-, guionista y novelista Daniel Sánchez Arévalo. Los dos, padre e hijo, aparecieron en el programa Ochéntame (tras un capítulo de la serie Cuéntame cómo pasó). Sin duda, simpáticas anécdotas histórico-familiares. 😉
Ochéntame con José Ramón Sánchez y Daniel Sánchez Arévalo
Entre los alumnos de mi abuelo cabe citar a Francisco Aguado, profesor mercantil y director de la Subagencia urbana número 12 del Banco Santander en Madrid; a José María Tejero, jefe de Administración de la Metro-Goldwyn-Mayer en Bogotá (Colombia), o a Urbano Vaz, perito mercantil y jefe de Administración de Electrólisis del Cobre S. A. También dio clases mi abuelo a algunos palentinos que llegarían a ostentar cargos públicos como el que fuera presidente de la Diputación de Palencia entre 1983 y 1999, Jesús Mañueco Alonso (AP/PP), o el concejal socialista y empleado de banca Miguel Valcuende, con quien mi abuelo mantendría muy buena relación y con el que coincidiría luego en el consistorio capitalino.
Mi abuelo materno, como he citado ya antes, tras dar clases durante dieciocho años (Academia San Luis, Academia Hispano, Centro Sindical de FP “Virgen de la Calle” donde fue Jefe de Estudios) acabó de Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia, así que, tras las imágenes precedentes -más arriba- en primer plano, sobre todo en la que aparece de joven, tan icónica, véase otra, ya de mayor, en sus tiempos de funcionario del consistorio palentino junto al entonces alcalde de la ciudad de Palencia Francisco Jambrina Sastre (UCD/AP/PP) en un acto en el Refugio del monte. Bien sabido es, al menos por cuantos lo conocieron, que mi abuelo materno, aun siendo hombre intelectual de aula y oficina, era un amante de la naturaleza en general y del Monte el Viejo en particular.
Debo señalar que tanto mi abuelo materno Agustín, que fue funcionario del Ayuntamiento de Palencia, como mi madre, que fue funcionaria de la Diputación de Palencia, fueron empleados públicos al servicio de las Entidades Locales y, curiosamente, un primo carnal de mi abuelo -que da nombre a una calle de su Sahagún natal-, José María del Corral Nogales (muy próximo en su momento a Manuel Fraga Iribarne), fue director del Instituto de Estudios de la Administración Local (IEAL) -donde mi abuelo hizo cursos-, así que puede hablarse de una familia con una clara vocación “municipalista”. 😉
Mi abuelo materno entró en el consistorio palentino en 1966 tras casi 20 años dando clases y, por tanto, llegó en la última etapa de alcalde de Juan Mena de la Cruz, capitán del Ejército español y, por tanto, militar de alto rango que fue nombrado alcalde de Palencia en 1959 y donde se mantuvo hasta 1968 en que se le designó gobernador civil de Almería, así que mi abuelo coincidió con él en sus dos últimos años al frente de la alcaldía. El trato con alcaldes militares del período franquista solía ser mucho más distante que con los civiles del período democrático, pero también había menos presiones, menos triquiñuelas y, en definitiva, por decirlo de forma castizamente coloquial: menos mamoneo.
Mi abuelo materno se prejubiló como Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia en marzo de 1986, cansado de tener que cuadrar cuentas que los políticos de turno descuadraban por irracionales caprichos, harto de la sinvergonzonería y las malas prácticas que empezaron a contaminar la política municipal tras la etapa de la Transición, asqueado de las presiones y de la falta de altura moral y de la total ausencia del sentido de la ética de ciertos personajillos de aquel momento que empezaron a ver la política como un modus vivendi. Conviene recordar que en Palencia fue aquella una época convulsa donde se llegó a secuestrar a un concejal como Rafael Becerril Lerones y a quemar su farmacia, sencillo ejemplo que ilustra muy bien la tensión de aquellos tiempos tan democráticos, así que uno puede imaginarse o hacerse una idea de todo lo que ha quedado oculto en esa intrahistoria donde se ha ido difuminando mucho de lo que se urdía y pergeñaba en aquellos despachos por aquellos años ochenta de hombreras y pelos cardados.
He de decir que, aunque en su período docente mi abuelo tuvo que trabajar largas jornadas maratonianas echando muchísimas horas, él siempre me reconoció que disfrutó mucho más en su etapa de profesor. Bien es cierto que el puesto de funcionario en el Ayuntamiento ofrecía una mayor seguridad laboral con sueldo garantizado y menos horas. Y eso a pesar de que él siempre hizo muchas más de las establecidas por culpa de algún alcalde que pretendía que en Intervención hicieran magia con los números y se sacara presupuesto de donde no había para poder satisfacer tantas promesas electorales como gustaba de hacer aquel primer edil y, claro, no solo eso, sino también tenerlo todo a tiempo para los plenos o para cuando la ocasión lo requiriera. Aun así, mi abuelo siempre supo estar a la altura de las circunstancias obrando honradamente en todo momento e intentando dar satisfacción a todo cuanto pudo dentro de la legalidad… Y el mejor ejemplo de ello quizá sea el voto de reconocimiento a su labor que hizo en varias ocasiones el pleno ¡y por unanimidad! Es decir, con el voto afirmativo de todos los miembros de las distintas fuerzas políticas con representación en el ayuntamiento palentino en aquel momento. Motivo más que suficiente -creo yo- para estar inmensamente orgulloso y no solo merced al afecto que pueda moverme a mí en calidad de nieto suyo. 😉
Prueba de la mala situación a la que se encaminaba el consistorio es que un alcalde posterior, Gerardo Cisneros (independiente de AP), acabaría dimitiendo al mes de ser elegido alcalde y fue sustituido por un buen hombre, Antonio Encina Losada (AP y APP), amigo de mi abuelo que llegó a ser traumatólogo mío en mi infancia (tras la muerte de mi anterior traumatólogo Bonifacio Aguayo Llorent, expresidente del CF Palencia). El doctor Antonio Encina era una persona de entrañable sentido del humor, vastísima cultura, políglota y humanista de formación médica que, como digo, era amigo desde joven de mi abuelo materno Agustín y de su hermano pequeño, es decir, del tío-abuelo José Antonio del Corral Llamas, afincado en Reinosa hasta su muerte en 1991.
Al igual que mi abuelo tuvo ocasión de asistir a ese espectáculo vergonzoso por parte de algunos personajes del ámbito político, yo también tendría oportunidad de comprobar la desfachatez de especímenes análogos dentro de ese circo político donde, incluso una vez muerta mi madre, llegaban a pedirme favores aprovechándose de mi capacidad intelectual y de mis aptitudes a la hora de escribir y redactar encargándome trabajos pero sin remuneración alguna e incluso llegándolos a presentar como una forma de adquirir experiencia que debería agradecerles cuando entonces yo bastante preocupado estaba por subsistir, aunque, afortunadamente, gracias a las clases particulares de Lengua y a la confianza depositada por muchos alumnos y padres de alumnos pude salir adelante. Llegado el caso, si es necesario, ya pondré nombres y apellidos a esta caterva de personajillos, alguno de los cuales incluso llegaba a frivolizar con la vida humana en la sede de determinado partido político. Otros simplemente ni siquiera contestaban cuando te dirigías a ellos en una muestra más de mala educación que dice mucho más de quien hace gala de tan deplorable actitud que de los demás. En su momento quizá sea más explícito y cuente todo -pues hay unos cuantos que tienen mucho que callar-. Aun cuando esto ensombrezca a bastantes de nuestros representantes públicos, quiero dejar constancia de que también existen honrosas excepciones, especialmente meritorias, más aún si cabe por escasas, como puede ser el caso de antiguos concejales como Isidoro Fernández Navas (CDS/PP) o Carolina Gómez (Ciudadanos), bellísimas personas que siempre han tenido un comportamiento exquisito para conmigo y para los que solo tengo buenas palabras; a diferencia de lo que ocurre con muchos otros cuya bajeza moral es sencillamente infame.
Dicho esto, además de sus compañeros del Ayuntamiento de Palencia, mi abuelo también contó con la estrecha amistad de quien fue secretario general de la Diputación de Palencia, Gonzalo Estébanez Fontaneda. Y prueba de ello es que mis abuelos maternos hicieron entrañables excursiones con Gonzalo y con su esposa Noema Villar (por ejemplo, entre otros sitios, a Canarias, donde montaron en camello, actividad de la que yo conservo simpáticas estampas y fotografías en las que aparecen los dos felices matrimonios cabalgando a lomos de sus dos respectivos camélidos por las llamadas islas afortunadas).
Asimismo uno de sus subordinados en el área de Intervención del ayuntamiento palentino fue el polifacético artista -periodista, escritor, cantautor, músico, compositor, locutor, actor, productor y director- Alberto Arija, quien siempre ha recordado con muchísimo cariño a quien fuera su primer jefe, o sea, a mi abuelo materno Agustín del Corral Llamas, algo que le agradezco de corazón como él mismo sabe por los mensajes que hemos tenido oportunidad de intercambiar en algunas ocasiones.
Del mismo modo que mi abuelo recibió muchas placas conmemorativas por parte de multitud de alumnos que quisieron testimoniarle su afecto y gratitud por su entregada labor docente -incluso hasta padres y madres de alumnos llegaban a ofrecerle a mi abuelo lo que diese su huerto cuando mi abuelo corría con los gastos de matrícula de esos alumnos si la familia no tenía recursos suficientes para afrontar el pago con objeto de que los chavales no se quedasen sin estudios-, también sus compañeros del departamento de Intervención del Ayuntamiento de Palencia quisieron rendirle un merecido homenaje y, además de la pertinente comida y de las simpáticas tarjetas de despedida con entrañables mensajes firmados por cada uno de sus colegas del área de Contabilidad, hubo otro precioso detalle como fue la composición de un poema enmarcado que mi abuelo colgó en su despacho -hoy mío- donde ahí continúa y que reza así:
No nos duele(n), Agustín, al jubilarte
los libros que se quedan contraídos,
ni nos duele ese IVA tan temido
para dejar por eso de olvidarte.
Nos duele tú, cuando al marcharte,
nos dejas tan solos y dolidos,
con el Banco Local desguarnecido
y tantas obras nuevas que cargarte.
Nos dueles tú de tal manera,
que aunque no hubiere cargo se añorara
en Intervención tu presencia tan señera,
y si de todos nosotros dependiera,
¡vive Dios! que en modo alguno,
Agustín del Corral de aquí se fuera.
Palencia, 31 de marzo de 1986
Tengo que aludir también a mis bisabuelos Pepe y Candelas, padres de mi abuelo Agustín y abuelos de mi madre, con los que ella convivió mucho, gracias a lo cual yo -pese a no conocerlos- los sentí siempre cercanos. José del Corral y Herrero y Candelas Llamas Torbado.
Además mi bisabuelo Pepe, José del Corral y Herrero, fue un brillante matemático y reputado profesor, amigo de Julio Rey Pastor (el amigo de Cajal).
Véase el artículo que escribió sobre él uno de sus alumnos, el prestigioso arquitecto y escritor Jesús Mateo Pinilla:
Por si alguien no consigue ampliar la foto y le cuesta leer el texto, lo transcribo en las líneas siguientes. Aquel precioso artículo sobre mi bisabuelo dice así:
Mi última lección de matemáticas
Poner de manifiesto el relieve, la importancia de los palentinos, mostrar lo que a veces la intrahistoria de Unamuno oculta me parece un deber.
Muchos de los grandes personajes de la historia son hoy conocidos porque una prensa dirigida los ha colocado en un buen puesto, a costa de dejar a otros en un plano velado para que los insignes puedan potenciarse. La vida es así, y hoy por eso, por esa ocultación deseo que las cosas queden en su sitio.
Uno de los palentinos a los que no se ha reconocido su valía fue un profesor mío, querido como pocos y a quien hoy trato de valorar con justicia: don José Corral.
Cuando le conocí ya era don José un hombre anciano. Y como en casa me hablaron muy bien de él yo tenía curiosidad por saber quién iba a tratar de enseñarme y apoyarme en mis trabajos académicos. Él me veía acercarme cada día a su domicilio tras los cristales del edificio esquinero a las “Casas del Hogar” con la Avenida de Valladolid. Antes de llegar a la vieja Venta Eritaña y pasada la Sala del Gran Vía.
Yo notaba su presencia en el mirador y sabía quién iba a tener a mi lado pedagógico. Iba a reunirme con un hombre que me tenía que contar algo, no solo matemáticas, no únicamente los problemas de clase, simples integrales, sino partes de una vida de la que no sé por qué me quería hablar. Y así, poco a poco, un día decide dejar el texto oficial y enseñarme a “pensar matemáticas”, cómo el hombre se enfrenta al problema, qué métodos tiene para poder demostrar lo evidente y lo que desconoce.
Cigarro tras cigarro, encendidos unos con otros, aquel hombre de ojos vivos me entiende, me valora, no como alumno, sino como hombre y me cuenta su decisión vital más trascendente.
Tras un problema universitario su amigo Rey Pastor le dice que se vaya con él a Argentina, que él es un gran matemático y que en España no hay sitio para ellos. Con las maletas a punto rompe su vida, decide no abandonar el país, a los suyos y se queda aquí, en una Palencia que atrapa sus sueños de libertad.
Don José Corral estaba siendo empujado por Rey Pastor, el amigo de Cajal, el Nobel, el que estaba presente cuando viene Pavlov, el que descubre los reflejos condicionados, a Madrid y le escucha cómo no sabía pronunciar la “eñe” en castellano y buscaba a Ocana, Ocana, Ocana. Se trataba de Gómez Ocaña, el médico que introduce la Fisiología Experimental en España.
Un Rey Pastor que acude al congreso que convoca Cajal en Madrid en el año tres, para dar a conocer a Pavlov, a Golgi y a las más altas eminencias médicas sus estudios sobre la neurona, tres años antes de que le dieran el Nobel. Un Rey Pastor matemático a quien Cajal reconoce su valía hasta el punto de invitarle a un congreso de especialistas médicos.
Ambos, Cajal y Rey Pastor buscan una España que salga del hoyo en que se encontraba (un treinta por ciento de los españoles no sabía leer). Quieren que la Universidad española, esos estudiantes que Santiago Romero dibuja en un banco de la clase de disección en el Paraninfo, sean reconocidos y atendidos por un gobierno que desprecia la Universidad, la investigación. A pesar de que el pueblo llano la apoya, incluso llamando, como hace un confitero de Alcalá a sus confites: Anises de la marca Ramón y Cajal.
Un Cajal a quien unen relaciones fraternales con el Presidente del Gobierno, don Segismundo Moret, y quien no duda, conocedor de su inteligencia, en ofrecerle la Cartera del Ministerio de Instrucción Pública, la que Cajal fraternalmente en Logia acepta y en la calle rechaza porque no quiere entrar en el ruedo político.
Era una España que dolía, la que acababa de sufrir el Desastre, la destrucción de la escuadra del Almirante Cervera por los norteamericanos, en aguas de Santiago de Cuba. Una España que todos desean diferente y así lo manifiesta don Santiago en un brindis casi ritual:
“Levanto mi copa para proponer un brindis a la confraternidad de los hombres de ciencia…, entregados a una obra común que no puede afirmarse ni progresar sino con un espíritu colectivo de afección recíproca”
Esos eran los hombres que invitaban a don José a abandonar Palencia, mi profesor particular de matemáticas, los hombres que querían una España fraterna y con un proyecto común integrador.
Esa fue la última lección de matemáticas de un gran fumador de ojos vivos, mi querido don José, que hoy cuarenta años después he asimilado perfectamente. (Autor: Jesús Mateo Pinilla).
En la foto de la derecha se puede ver a mi bisabuelo Pepe (José del Corral y Herrero) con sus alumnos del instituto (años 40 del siglo XX). Matemático nacido en Castromocho (Palencia) pero de ascendencia sahagunense (Sahagún, León) y de nobles antepasados (hijosdalgo de Liébana), fue profesor en Benavente, Jerez, Reinosa o Palencia. Falleció en Palencia en enero de 1970 (y un mes después lo haría su esposa, mi bisabuela, Candelas Llamas Torbado).
Asimismo, mi bisabuelo Pepe, don José del Corral y Herrero, fue diputado provincial de la Diputación de León y en la imagen adjunta podemos verle en el círculo 17 (señalado) con la corporación provincial de dicha institución en el año 1920 cuando mi bisabuelo tenía 30 años.
Por tanto, tampoco puedo olvidarme de su padre, mi tatarabuelo Lucinio del Corral y Flórez, quien, como curiosidad, diré que compró el castillo de Montealegre de Campos a la condesa de Añover de Tormes en 1908, aunque poco después se desprendería de él. A dicha fortaleza le dedicaría un poema Jorge Guillén, el poeta más redondo del 27 según Alarcos. 😉
De ese poema destacan versos de indeleble huella como los siguientes:
El castillo divisa la llanura,
Tierra de Campos infinitamente.
Todo en su desnudez así perdura:
elemental planeta frente a frente.
Mi tatarabuelo Lucinio del Corral Flórez era hijo de José del Corral Pérez y Nicanora Flórez Herques, por consiguiente, era nieto del que fuera diputado a Cortes durante la regencia de María Cristina (1836-1837) y alcalde de Sahagún durante el bienio progresista (1854-1856), Juan Antonio del Corral y de Mier, descendiente de hijosdalgo de Liébana (Del Corral – Soberón).
He aquí, muy resumido y sin ramificaciones, mi árbol genealógico por la rama “Corral”, o sea, a través de mi madre y mi abuelo materno siguiendo la línea ascendente.
Desgraciadamente, de mis hermanos Joaquín José (1986) y David (1990), al fallecer al poco de nacer, no hay testimonios gráficos, pero sí de mi hermano Alberto (1992-2010), hemipléjico y con parálisis cerebral, fallecido el 18 de marzo de 2010 a los 17 años.

Finalmente, no puedo olvidarme de un gran amigo, que estuvo a mi lado, en los buenos y en los malos momentos. Fue un apoyo importante en momentos difíciles o duros por circunstancias adversas de la vida. Me refiero a mi amigo Roberto Calzada Rojo, quien nos dejó repentinamente un 26 de julio de 2017 (día de santa Ana), con solo 34 años.