In memoriam

Miguel Ángel del Corral
Miguel Ángel del Corral (un servidor)

Este rincón de mi sitio web queda reservado como tributo en memoria de aquellas personas trascendentales que resultaron fundamentales en el devenir de mi trayecto vital. 🙂

Cada vez son más las bellísimas personas que nos faltan y cuya ausencia es dura y dolorosa, pero que siguen viviendo -y lo seguirán haciendo- dentro de nosotros por todo cuanto nos transmitieron, por todo lo que vivimos a su lado y porque siempre permanecerán en lo más hondo de nosotros merced al profundo sentimiento que albergamos en nuestro interior por nuestros seres más queridos, a los que echamos -y seguiremos echando- de menos cada día, pero cuya impronta en nuestras vidas aparece -y seguirá apareciendo- constantemente reflejada en nuestra memoria forjando nuestra idiosincrasia y formando parte de esa evocadora remembranza imperecedera que nos acompaña en todo momento. Por ello siempre están en el más sentido recuerdo y de forma constante en mi pensamiento.

Ana I. del Corral Romero, mi madre
Ana I. del Corral Romero, mi madre

En primer lugar, debo mencionar a mi madre, mi pilar fundamental, Ana I. del Corral Romero, esa valiente mujer coraje, esa fémina de infinita ternura y bondad ilimitada, con su perfil de sutil frescura y sensibilidad profunda hasta en la más recóndita nervadura, que fue eficientísima funcionaria de la diputación de Palencia, en la que recaló tras estudiar un año de Ciencias Biológicas en la Salamanca de fray Luis y del vasco Unamuno (yo que tanto navegué en mi infancia atormentado en la duda unamuniana) y que se manejó como nadie en los vericuetos del derecho administrativo y la administración pública que a mí, mucho más versado en cuestiones gramaticales, filológicas y humanísticas, me parecían de una complejidad superlativa.

Mi madre mostró su solvencia con un claro carácter polivalente como demuestra el hecho de que estuviera en muy diferentes áreas de la institución provincial palentina, desde Presidencia –donde comenzó- hasta la entonces recién creada –en tiempos de Emilio Polo Calderón (UCD)- Asesoría Jurídica donde tuvo como jefe al letrado y tutor de la UNED de Derecho Paco García Amor pasando, ya tras su reingreso después de la excedencia – o sea, a partir del año 1999-, por departamentos muy bonitos como Cultura y Turismo y, finalmente, el área de Intervención adonde fue llevada por el diputado provincial, gran gestor y buen amigo Isidoro Fernández Navas.

Mi madre, hija del apuesto profesor mercantil que fue mi abuelo materno y de la voraz lectora y escritora aficionada que fue mi abuela materna; mi madre, nietamibautizo del brillante matemático José del Corral y Herrero, mi bisabuelo Pepe, el amigo de Rey Pastor (a su vez amigo de Cajal), en fin, mi madre, nobleza personificada y magnánimo ser de colosal calidad humana, quien, a pesar de su elevado nivel cultural, tuvo la enorme desgracia de enamorarse del ser más abyecto, vil y despreciable que quepa imaginarse, mi infausto progenitor, así que desde bien pronto hubimos de protegernos mutuamente generándose una complicidad única e indescriptible ya que siendo un tierno infante perdí esa inocencia que desaparece ante el descubrimiento de la crudelísima maldad en ciertas personas, más aún ante el despiadado salvajismo de los malos tratos. Pocos días felices y muchos de gritos, golpes e insultos tras fingidas disculpas de un ser camaleónico que podía pasar por buen tipo siendo el mismísimo demonio… Todo tuvo su factura, como la muerte de mis hermanos Joaquín José (1986) y David (1990) al poco de nacer, y la hemiplejía y parálisis cerebral de mi hermano Alberto (1992-2010). Pero mi madre y yo hicimos frente a todo. Y superamos cada obstáculo con la actitud firme y enteriza de las buenas personas.

Mi madre, Ana I. del Corral Romero, mi pilar fundamental, fallecida el 25 de abril de 2013

El diabólico y atroz, abominable y nefando maltratador no fue otro que el terrorista doméstico de mi progenitor, un monstruoso criminal llamado Miguel Ángel Domínguez Abad (contable en la gestoría Contabem de La Coruña y en la ONCE donde alcanzó cierta notoriedad en tiempos del inefable Miguel Durán como director de la entidad cuando acudía, en ocasiones, a entrevistas que le realizaban en Onda Cero, años noventa y finales del felipismo socialista), en fin, mi repugnante progenitor, aquel abyecto malnacido, era el menor de ocho hermanos, a cada cual más repulsivo y malvado en aquella atrabiliaria y dantesca familia paterna de nauseabundo e infausto recuerdo. Era hijo, por tanto, de José Domínguez Villaverde, profesor de los Hermanos Maristas y del Colegio del Ángel de La Coruña –entre cuyos alumnos estuvieron Paco Vázquez (exalcalde de La Coruña y exembajador en el Vaticano), Augusto César Lendoiro (expresidente del Deportivo de La Coruña) o el deportista Fernandito Romay– y de la ludópata, cleptómana, hipocondríaca y desequilibrada señora –si podía considerársela tal- Elena Abad Fraguela.

Esta señora acomplejada de lúgubre y deprimente rostro que jamás superó el haber sido sirvienta en casa de su hermana Nati (esta sí que era una auténtica dama) y a quien no le gustaba que se la llamara “abuela” se pasaba las horas en el bingo con su hijo Kuchos (José Manuel, el único hermano varón de mi progenitor, otro crápula sin escrúpulos) y comprando cupones además de practicar hurtos menores (rímel, pintalabios…) en comercios coruñeses para sonrojo de quienes la acompañaban. Un esperpento de personaje. Un espécimen tan desagradable como repelente y que se condenó para toda la eternidad desde el mismo día en que trajo a este mundo al infame, depravado y violento agresor que fue el maltratador de su hijo Miguel Ángel Domínguez Abad (y, para mi desgracia, mi progenitor).

Antes de seguir con la parte importante y bonita, que es la que se corresponde con mi madre, con mis abuelos maternos y con mis antepasados por vía materna, mi única familia de verdad, debo dejar clara una cuestión capital respecto de la miserable, ruin e ignominiosa familia Domínguez Abad y es que, si mi padre fue un abyecto maltratador de la peor calaña, su familia, es decir, sus hermanos no solo fueron cómplices, sino legitimadores del terrorista doméstico de mi progenitor. Y esto debe quedar muy claro. Porque eran perfectos conocedores de las barbaridades y salvajadas que cometía su hermano (mi padre, el individuo -como mi madre y yo le llamábamos despectivamente-) y, por ende, de los espeluznantes malos tratos que nos propinaba, encarnizadamente sádicos y casi letales sobre todo hacia mi madre. Algunos de sus hermanos intentaban minimizar estos malos tratos dando a entender por maltrato que podían ser malas contestaciones y hechos de ese calibre cuando eran perfectos conocedores de lo que en realidad hacía su hermano. Y tengo multitud de pruebas, como las muchas denuncias interpuestas por mi madre con informes médicos de Urgencias que acreditan traumatismos faciales y craneales debido a los golpes, puñetazos, patadas, en definitiva, palizas que le daba mi padre (y de ahí la muerte de dos de mis hermanos al poco de nacer y la hemiplejía y parálisis cerebral del último ya que los malos tratos no cesaban ni durante los embarazos).

Sirva de ejemplo esta denuncia (véase la imagen) de la primera vez que tuvimos que salir huyendo y abandonar el hogar familiar -primera separación- porque mi padre llegó a casa en un considerable estado de embriaguez y sin mediar palabra empezó a pegar a mi madre con un zapato, a darle puñetazos, a insultarla, a decirle improperios tales como “hija de puta, zorra de mierda, que te la toque tu padre, vete con ellos, puta” intentando estrangularla y no dejándola salir de casa hasta que mi madre, gracias al tambaleante estado de mi padre merced al alcohol, logró zafarse y escapar, llamar a la policía y volver a casa y entonces fui yo, con apenas cinco años, quien, sabiendo desde mi cuarto lo que había sucedido y que mi madre estaba tras la puerta con los cuerpos y fuerzas de seguridad, les abrí la puerta aun sabiendo que de haberme pillado mi padre yo hoy tampoco estaría vivo. ¡Ese era mi padre! Y esos hechos se repetían días y días. Y, una vez que huimos, su familia se puso de su parte, lo defendió a capa y espada, justificaron siempre lo injustificable y, por tanto, quiero y deseo que todo el mundo sepa que María Elena (Nenena), Pilar (Chila), José Manuel (Kuchos), María Jesús (Boni) y Maite (Chata) Domínguez Abad fueron cómplices y legitimadores del terrorista doméstico de su hermano con total conocimiento de causa. Por mucho que hayan podido negar o querer hacer creer otra cosa para limpiar su asquerosa conciencia, la realidad era esa, que mi padre podía encerrarme en un armario al tiempo que pegaba a mi madre con un cepillo y después burlarse de haberle dejado la cara como un mapa. O fracturarle un dedo y dejarle un ojo morado o a mí intentar seccionarme la falange de un dedo con un cuchillo de sierra. Pero sus hermanos, lejos de ayudarnos o tener alguna empatía, jamás mostraron la más mínima compasión y se pusieron del lado del criminal de su hermano –alguna hasta llegó a  aparecer como testigo de la defensa de mi padre-.

Para acabar ya con este asunto, voy a poner un sencillo ejemplo que creo que ilustra muy bien la mentalidad criminal de esa familia de psicópatas que han sido siempre los Domínguez Abad. Mi madre, en algunas ocasiones, llegó a desahogarse con sus cuñadas (hermanas de mi padre) ante la terrible situación que estábamos padeciendo. Por ejemplo, les relataba como mi padre le tenía (a mi madre) terminantemente prohibido hablar con sus padres (con mis abuelos maternos) y si en la factura de teléfono aparecía una llamada interprovincial con el prefijo 979 (Palencia), la paliza estaba asegurada. ¿Cuál fue la respuesta de una cínica arpía como Pilar Domínguez Abad (a la que llamaban Chila)? Pues que eso era una bobada, que mi madre siempre podría llamar a sus padres (mis abuelos) desde una cabina telefónica. La verdad es que tampoco podía porque mi padre le dejaba el dinero justo para hacer la compra y mi madre debía dejar las vueltas con el ticket y si faltaba una sola peseta la paliza estaba garantizada… Pero el mero hecho de que vieran normal, de que normalizaran que mi padre tuviera prohibido a mi madre hablar con sus padres da buena idea de esa mentalidad nazi que, por ejemplo, mostraba la despreciable, indecente e inmoral Pilar Domínguez Abad, cuya catadura moral estaría a la altura de un Hitler o un Stalin. Como fue profesora de matemáticas en la Universidad de Sevilla, no estaría mal que quizá algunos antiguos alumnos se enteraran de que esta dizque señora -que gustaba de ir de progre y feminista- fue acérrima defensora y absoluta y total legitimadora del repulsivo maltratador de su hermano Miguel. Una hipócrita que mucho quería a su hermanito Miguel, pero cuando este (o sea, mi padre) tuvo un accidente de tráfico tras una noche de alcohol y desenfreno -víspera de Nochebuena- que le dejó en coma unos meses ella dijo que solo se quedaba con él si se le pagaba un hotel y se corría con sus gastos, que ella tenía su trabajo en Sevilla y que, en caso contrario, se largaba. Una lengua viperina que, sin embargo, sí se atrevía a opinar sobre cómo íbamos mi madre y yo al hospital; en definitiva, un ser dañino, pernicioso, retorcido, hiriente y venenoso con una lengua de serpiente que solo servía para hacer daño, para hacer el mal. Todavía recuerdo yo descolgar otro teléfono -pues tenían varios- en casa de mis abuelos maternos cuando estos conversaban con ella y escuchar a esta malnacida hija de perra hacer una defensa cerrada del criminal de su hermano culpabilizándonos a las víctimas. Así fue siempre esta tétrica y sórdida hermana de mi padre, Pilar Domínguez Abad, un mal bicho, con la misma sensibilidad que un reptil y una mentalidad propia del nazi más cruel y despiadado (casada, por cierto, con el pusilánime bragazas de Jesús López Barba, ¡pobre hombre!). Por eso quiero dejarlo negro sobre blanco, para que se lo sepa todo el mundo, también sus hijas, incluida Begoña López Domínguez, para que no olviden jamás quién era el violento maltratador de su tío Miguel (Domínguez Abad), cuyas agresiones físicas y verbales verdaderamente bestiales hacia mi madre y hacia mí tanta gracia debían de suscitar en la inhumana defensora y legitimadora de su madre (y hermana de mi progenitor), Pilar Domínguez Abad, esa pérfida y manipuladora individua, amoral y desalmada, a la que llamaban Chila o Chiliña, repleta de la ponzoña del basilisco que tanto hubimos de padecer mi difunta madre y yo. Y, por tanto, que sepan las malditas, silenciosas cómplices del verdugo, que el martirio que sufrimos no será borrado y que ese lacerante sufrimiento caerá sobre toda su luna de cobardes y las acompañará siempre como viles secuaces de un execrable tirano y crudelísimo opresor -mi repulsivo progenitor- que hoy habrá de estar pudriéndose en las tinieblas del abismo si existe algún infierno.

Otro tanto cabe decir de las dos solteronas retorcidas, pérfidas y malvadas, unas auténticas víboras de siempre aviesas y siniestras intenciones, como fueron María Jesús (Boni, ya fallecida, a buen seguro pudriéndose en el infierno en caso de que el averno exista) y Maite (Chata) -profesoras del colegio coruñés Liceo La Paz-. La primera llegó a aparecer como testigo de la defensa de mi padre en algún juicio contra mi madre. Supongo que las palizas a que nos sometía mi padre le parecerían fantásticas a esta retorcida cerda -no tiene otro nombre-, imagino que le harían mucha gracia las taquicardias y ansiedad que sufríamos mi madre y yo ante la incertidumbre de cómo vendría mi padre (o sea, el individuo), qué nos haría esa noche, si despertaríamos con vida al día siguiente… Aún recuerdo aquel verano, una vez ya fuera del yugo de mi padre, en que mi madre y yo nos las encontramos en Suances (Cantabria) a Boni y Chata (María Jesús y Maite Domínguez Abad, esta última monjil y frígida) -sospechosa casualidad- y no dejaron de perseguirnos en una operación de acoso absolutamente brutal –hasta tal punto que gente de Suances como la maravillosa familia Gutiérrez Cuevas hubo de protegernos– y el caso es que estas dos víboras iban diciéndonos que no tenían ninguna relación con su hermano Miguel, pero nada más llegar a casa de mis abuelos escuchamos en el contestador telefónico mensajes de mi padre donde, entre improperios e insultos, decía que ya sabía que habíamos visto a sus hermanas, que yo no había querido saludarlas, etcétera. ¿Cómo se enteró si decían no tener contacto con él? Pues muy sencillo, porque siempre fueron unas mentirosas compulsivas, unas embusteras patológicas, unas impresentables de sinvergonzonería ilimitada hasta tal punto, como digo, de tener la inmensa desfachatez y poca vergüenza de aparecer como defensa del maltratador de mi padre en juicios contra las verdaderas víctimas que éramos mi madre y yo. No me extiendo más en esto, solo quiero dejar constancia para que cualquiera que tenga interés sepa la verdad de lo ocurrido y el comportamiento mezquino, deleznable, repugnante y nauseabundamente perverso e infame de la familia Domínguez Abad como legitimadora total y absoluta de un terrible y atroz criminal maltratador que casi acaba con nuestras vidas.

[A la única que no cito es a Carmen (Car) por ser la única hermana de mi progenitor que se mantuvo al margen. Y porque incluso alguno de sus hijos (Javi) tenía la valentía de saludarnos a mi madre y a mí y de negar el saludo a mi padre en lo que, para mí, aun siendo yo muy niño, constituía una auténtica heroicidad. Sus guiños cómplices hacia mi madre y hacia mí y su manifiesta animadversión hacia mi padre me hacían entender que era de los pocos de aquella atrabiliaria familia que comprendían las dimensiones del calvario que mi madre y yo sufríamos. Por supuesto que los demás eran conocedores. Pero justificaban, defendían y legitimaban al maltratador. Sin embargo, hubo excepciones como la de este chico que, ya solo por ello, siempre tendrá todos mis respetos y que, en justicia, creo que es digno reconocerle. Su padre, Tonechu (marido de Car), quien falleció relativamente pronto, fue también un buen hombre, divertido y entrañable, con gran sentido del humor, que gustaba de jugar conmigo o hacer solitarios con las cartas, con el que yo me entendí muy bien siendo un niño y que me consta que también sufrió injustos desprecios por parte de su familia política (los inefables Domínguez-Abad, la familia causante de tanto mal a todos los niveles).

De igual forma, del marido de María Elena, Edelmiro Bascuas López, ya fallecido, nunca podré decir una mala palabra –a diferencia de su esposa, la hermana de mi progenitor, María Elena, quien sí que tuvo actitudes y comportamientos ruines, mezquinos y miserables, ya que era una persona terriblemente manipuladora y dañina-. Pero Edelmiro Bascuas siempre fue un caballero. Y su comportamiento tanto con mi madre como con mis abuelos maternos siempre fue exquisito, aparte de su vasta cultura -no solo filológica, que también-. Es más, me consta que siempre fue partidario de que mi madre cortara amarras y abandonara definitivamente a mi progenitor para nuestra felicidad e incluso para salvar nuestras vidas, aunque era difícil hacerlo en un tiempo en que no te aseguraban la reclusión del maltratador y este podría tomar represalias, desde secuestrarme y que mi madre no me volviera a ver hasta matarnos por “abandonarle” como muchas veces nos amenazaba con ello si lo hacíamos, es decir, si mi madre decidía separarse, de ahí que viviéramos verdaderamente atemorizados largo tiempo, en un auténtico y angustioso sinvivir.]

Huelga decir que yo, en cuanto pude –al cumplir la mayoría de edad-, lo primero que hice –y que llevaba tiempo queriendo hacer- fue invertirme el orden de los apellidos poniéndome el materno en primer lugar como gesto de cariño infinito e inmensa gratitud hacia mi familia materna y a la vez como gesto de total y absoluta repulsa hacia la infame familia paterna que, para mí, jamás fue familia en modo alguno.

He aquí dos preciosas fotografías, una en la que sale solo mi madre, Ana Isabel del Corral Romero, y otra en la que, además de ella, aparece también su padre, mi abuelo materno: Agustín del Corral Llamas.

Y es que, asimismo, tengo que mencionar a mis abuelos maternos (los yayos), Agustín del Corral Llamas y Marina Romero García.

misabuelosmaternosagustínymarina

Huelga decir que, para mí, mi abuelo materno, el yayo, fue mi padre (moralmente hablando): Agustín del Corral Llamas

Mi abuelo materno, el yayo
Agustín del Corral Llamas (mi abuelo materno, el yayo)

Academia "San Luis" - PalenciaHe aquí (imagen de la izquierda) una de las aulas de la Academia San Luis de Palencia, una de las academias que fundó y dirigió mi abuelo materno en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado (y que se situaba en la calle Don Sancho, muy cerca de Los cuatro cantones). Otra de sus academias fue la Hispano. Posteriormente daría clases y sería jefe de estudios en el Centro Sindical de FP Virgen de la Calle antes de acabar como Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia.

Mi abuelo materno Agustín del Corral Llamas fue, junto a un jesuita salmantino, el Rvdmo. P. Álvarez, uno de los fundadores, a principios de los años cincuenta, de la Cofradía Penitencial Nuestro Padre Jesús Crucificado y Nuestra Madre Dolorosa, en Palencia.

Las imágenes siguientes son caricaturas de un alumno de la extinta academia palentina San Luis (otrora sita en la calle Don Sancho) mencionada, que, como ha quedado dicho, dirigió y donde dio clases mi abuelo materno, Agustín del Corral Llamas, a mediados del siglo pasado. En una de las fotografías aparece caricaturizado el cuadro de dirección de aquella célebre academia de los años cincuenta, y la otra es la caricatura donde aparece solo mi abuelo y que él decidió enmarcar y colgar en el despacho de casa -hoy el mío- donde ahí continúa (como no podía ser de otro modo). Pues bien, esa caricatura se la hizo en testimonio de su afecto y gratitud un alumno suyo llamado José Ramón.

Gracias a Julián García Torrellas (Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de Palencia)  -y atando cabos- pude saber que ese alumno no era otro que el posteriormente conocido dibujante e ilustrador José Ramón Sánchez, que apareció en programas televisivos de los años ochenta, que realizó famosos carteles electorales allá por los años setenta, en los primeros comicios democráticos, y cuyo hijo no es otro que el celebérrimo director de cine -ganador del Goya al mejor director novel-, guionista y novelista Daniel Sánchez Arévalo. Los dos, padre e hijo, aparecieron en el programa Ochéntame (tras un capítulo de la serie Cuéntame cómo pasó). Sin duda, simpáticas anécdotas histórico-familiares. 😉

Ochéntame con José Ramón Sánchez y Daniel Sánchez Arévalo

Mi abuelo materno, como he citado ya antes, tras dar clases durante dieciocho años (Academia San Luis, Academia Hispano, Centro Sindical de FP “Virgen de la Calle” donde fue Jefe de Estudios) acabó de Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia, así que, tras las imágenes precedentes -más arriba- en primer plano, sobre todo en la que aparece de joven, tan icónica, véase otra, ya de mayor, en sus tiempos de funcionario del consistorio palentino junto al entonces alcalde de la ciudad de Palencia Francisco Jambrina Sastre en un acto en el Refugio del monte. Bien sabido es, al menos por cuantos lo conocieron, que mi abuelo materno, aun siendo hombre intelectual de aula y oficina, era un amante de la naturaleza en general y del Monte el Viejo en particular.

Agustín del Corral Llamas y Francisco Jambrina Sastre

Debo señalar que tanto mi abuelo materno Agustín, que fue funcionario del Ayuntamiento de Palencia, como mi madre, que fue funcionaria de la Diputación de Palencia, fueron empleados públicos al servicio de las Entidades Locales y, curiosamente, un primo carnal de mi abuelo -que da nombre a una calle de su Sahagún natal-, José María del Corral Nogales (muy próximo en su momento a Manuel Fraga Iribarne), fue director del Instituto de Estudios de la Administración Local (IEAL) -donde mi abuelo hizo cursos-, así que puede hablarse de una familia con una clara vocación “municipalista”. 😉

Tengo que aludir también a mis bisabuelos Pepe y Candelas, padres de mi abuelo Agustín y abuelos de mi madre, con los que ella convivió mucho, gracias a lo cual yo -pese a no conocerlos- los sentí siempre cercanos. José del Corral y Herrero y Candelas Llamas Torbado.

Además mi bisabuelo Pepe, José del Corral y Herrero, fue un brillante matemático y reputado profesor, amigo de Julio Rey Pastor (el amigo de Cajal).

Véase el artículo que escribió sobre él uno de sus alumnos, el prestigioso arquitecto y escritor Jesús Mateo Pinilla:

Artículo de Jesús Mateo Pinilla sobre mi bisabuelo Pepe, D. José del Corral y Herrero

En la foto de la derecha se puede ver a mi bisabuelo Pepe (José del Corral y Herrero) con sus Mi bisabuelo Pepe (José del Corral y Herrero) con sus alumnosalumnos del instituto (años 40 del siglo XX). Matemático nacido en Castromocho (Palencia) pero de ascendencia sahagunense (Sahagún, León) y de nobles antepasados (hijosdalgo de Liébana), fue profesor en Benavente, Jerez, Reinosa o Palencia. Falleció en Palencia en enero de 1970 (y un mes después lo haría su esposa, mi bisabuela, Candelas Llamas Torbado).

Asimismo, mi bisabuelo Pepe, don José del Corral y Herrero, fue diputadojose-del-corral-y-herrero-diputado-provincial-sahagun-leon provincial de la Diputación de León y en la imagen adjunta podemos verle en el círculo 17 (señalado) con la corporación provincial de dicha institución en el año 1920 cuando mi bisabuelo tenía 30 años.

Por tanto, tampoco puedo olvidarme de su padre, mi tatarabuelo Lucinio del Corral y Flórez, quien, como curiosidad, diré que compró el castillo de Montealegre de Campos a la condesa de Añover de Tormes en 1908, aunque poco después se desprendería de él. A dicha fortaleza le dedicaría un poema Jorge Guillén, el poeta más redondo del 27 según Alarcos. 😉

De ese poema destacan versos de indeleble huella como los siguientes:

El castillo divisa la llanura,
Tierra de Campos infinitamente.
Todo en su desnudez así perdura:
elemental planeta frente a frente
.

Mi tatarabuelo Lucinio del Corral Flórez era hijo de José del Corral Pérez y Nicanora Flórez Herques, por consiguiente, era nieto del que fuera diputado a Cortes durante la regencia de María Cristina (1836-1837) y alcalde de Sahagún durante el bienio progresista (1854-1856), Juan Antonio del Corral y de Mier, descendiente de hijosdalgo de Liébana (Del Corral – Soberón).

He aquí, muy resumido y sin ramificaciones, mi árbol genealógico por la rama “Corral”, o sea, a través de mi madre y mi abuelo materno siguiendo la línea ascendente.

Mi árbol genealógico

Desgraciadamente, de mis hermanos Joaquín José (1986) y David (1990), al fallecer al poco de nacer, no hay testimonios gráficos, pero sí de mi hermano Alberto (1992-2010), hemipléjico y con parálisis cerebral, fallecido el 18 de marzo de 2010 a los 17 años.

Yo a los diez años (izda.) y mi hermano Alberto (dcha.)
Primera foto: Yo a los diez años (Nota: la marca sombreada que pareciera que tengo barba se debe al moreno veraniego que no llegaba a la parte superior de los ojos porque estaba todo el santo día en el agua con las gafas de buceo puestas :D). Segunda foto: Mi hermano Alberto, hemipléjico y con parálisis cerebral (1992-2010) 🙂

Finalmente, no puedo olvidarme de un gran amigo, que estuvo a mi lado, en los buenos y en los malos momentos. Fue un apoyo importante en momentos difíciles o duros por circunstancias adversas de la vida. Me refiero a mi amigo Roberto Calzada Rojo, quien nos dejó repentinamente un 26 de julio de 2017 (día de santa Ana), con solo 34 años.

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