Comparto aquí un breve texto que escribí como agradecimiento a un gran amigo, profesor y artista por su gentileza y ayuda a todos los niveles habiéndose convertido en un pilar fundamental. Se trata del fenómeno Álex Ballesteros Latorre.
La vida consiste, al menos en parte, en ir superándose y en ir afrontando nuevos retos. Incluso a veces en lucha contra uno mismo. Por fin, hace dos semanas (16 de octubre de 2013), conseguí saldar una cuenta pendiente y, por ende, quitarme una espinita clavada como la del carné de conducir.
En ocasiones, las (muy) adversas circunstancias vitales (en mi caso los terribles malos tratos sufridos por mi madre y por mí a manos del infausto, despiadado y salvaje terrorista doméstico de mi progenitor, que supondrían, por ejemplo, la muerte de dos hermanos míos al poco de nacer, así como la hemiplejía y parálisis cerebral de mi tercer y último hermano y también su defunción a los 17 años, la muerte de mis abuelos maternos y, finalmente, la de mi madre tras un cáncer terminal) hacen que se arrastren ciertas secuelas como cierto nerviosismo o propensión a la ansiedad.
Bien es cierto que solo (sí, sin tilde) para algunas cosas y no para otras, pues a nivel intelectual nunca he tenido problema (ahí están mis matrículas de honor en el Grado de Lengua española, extinta Filología Hispánica) de igual forma que jamás he tenido dificultad para hablar en público (cosa que a otros, por miedo escénico o lo que fuere, les aterra) y prueba de ello es que llevo ya unos años desempeñándome como docente de Lengua, con fructíferos y fecundos resultados. Y cuando he tenido que dar alguna charla o disertación hasta la he disfrutado en grado sumo por amplio y heterogéneo que fuera el público de esta. Quizá por mi dominio del ámbito lingüístico y comunicativo.
Sin embargo, en el óptimo manejo del vehículo sí que afloraban ciertos nervios “traicioneros”. Pero he tenido la inmensa fortuna de contar con el mejor profe y compañero posible para conseguir templarlos y alcanzar la ansiada meta, he contado con la suerte superlativa de tener al lado a un tipo auténticamente extraordinario con unas cualidades y aptitudes sobresalientes y descollantes: Alejandro Ballesteros Latorre (Álex). Sin él no hubiera sido posible. Constituye, por consiguiente, uno de estos obsequios que de vez en cuando te ofrece la vida.
Un magnífico docente, versado como nadie en el ámbito de la formación vial y la conducción -entre otros ámbitos-, didáctico, paciente, comprensivo y con gran sentido del humor (muuuy divertido🤪), que ha hecho que la experiencia haya sido enormemente gratificante y enriquecedora a todos los niveles. Además, sus inquietudes intelectuales, lingüísticas, artísticas, musicales (¡es un compositor impresionante!) han permitido una gran conexión conmigo y, de hecho, en esta etapa (y con toda seguridad en ulteriores) Álex ha ejercido de profe, compañero, confidente, AMIGO. Y de forma sublime.
Pierdo un profe de autoescuela (aunque algunos consejos seguirán cayendo) pero gano un grandísimo amigo. 2×1: carné y amigo. Y de los mejores. Así que no quería dejar pasar la oportunidad de testimoniar de forma pública y notoria mi intensa e infinita gratitud. Y todo cuando pueda cobijarse, en su máxima expresión, bajo la palabra GRACIAS. Por todo.
No hago alusión al porte aristocrático ni a la seductora elegancia de galanes hollywoodienses de los protagonistas de la foto porque es algo que, obviamente, salta a la vista.
(De próximas fotos quizá no haya publicidad, que los chupitos de Jagger suelen generar estampas poco edificantes y ambos como docentes hemos de conservar nuestra buena reputación).
Como ya sabrán quienes visiten mi web, uno de mis mayores referentes dentro del ámbito de la Lingüística es el catedrático y académico de la RAE Salvador Gutiérrez Ordóñez. Además de fecunda producción con magníficas y espléndidas obras –libros, manuales, artículos…- donde trata multitud de temas del mester filológicos, este brillante lingüista funcionalista también se ha prodigado en ese otro formato que Alarcos llamaba «escritos de convivencia» tales como discursos, presentaciones, prólogos o epílogos, pregones, etc. Al igual que ocurriera con los de Alarcos, los que han salido de la mano de Salvador Gutiérrez siempre son enriquecedores, repletos de erudición, intelectualmente portentosos y muchas veces con anécdotas o experiencias trufadas de un entrañable sentido del humor tan característicos de este asturiano afincado en tierras leonesas.
Por todo ello, quiero aprovechar esta entrada de mi blog para compartir algunos de esos textos suyos para que quien lo desee pueda disfrutar de la fantástica prosa del gran sabio del idioma SALVADOR GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ.
La ciudad de León tuvo el honor de contar con Salvador Gutiérrez Ordóñez como pregonero de las fiestas de San Juan y San Pedro 2015. El presidente de la Fundación Sierra Pambley y miembro de la Real Academia Española elaboró un precioso texto cuyo enlace aquí dejo para que lo disfruten no solo los leoneses de «natura» y de «pastura» sino cualquier persona que lo desee. ¡Muy bonito!
El día 1 de noviembre es el aniversario del fallecimiento de la muerte de mi abuelo materno y con motivo de dicha efeméride aprovecho para plasmar en el blog de mi web un texto que escribí hace unos años y que sigue -y seguirá- plenamente vigente. Se trata de unas líneas que escribí en memoria de mi abuelo, el yayo, el padre de mi madre, Agustín del Corral Llamas, porque a ellos, a mis abuelos maternos, los yayos, y a mi madre les debo todo cuanto soy o, al menos, todo cuanto de bueno haya en mí. Porque me inculcaron el sentido de la ética, porque fueron ejemplo y espejo en el que mirarse y, desde luego, una brújula moral gracias a la cual un servidor puede, orgulloso, ir con la cabeza muy alta y sentir la honda satisfacción de haber crecido y aprendido bajo el afecto, cariño, generosidad y esplendidez de las mejores personas que a uno le quepa imaginarse. Algo que no todos pueden decir. Un año más… GRACIAS infinitas a esas personas fundamentales cuya ausencia física solo intensifica el inconmensurable amor y la profunda gratitud que por siempre les profesaré.
Como creo que nada condensa mejor lo que pudiera decir que aquellas palabras que en su momento publiqué, un año más, lo transcribo prácticamente tal cual, pero esta vez, dicho texto que en ocasiones precedentes había aparecido en Facebook lo dejo en este blog.
*****[[Agustín del Corral Llamas – Un modelo, un ejemplo, un referente… Siempre en el recuerdo. ]]*****
He aquí el texto:
“Han pasado ya varios años. Y parece que fue ayer. Pero ha transcurrido ya tiempo desde su marcha. Por aquel entonces tenía yo quince años. Y, probablemente, aun con muchas lecturas y los años muy vividos, servidor no sería más que un idiota adolescente que vio morir una parte de sí con su marcha y que a pesar de haber disfrutado mucho de él y haber hablado de infinidad de cuestiones sintió el desgarro de no poder compartir más cosas, más momentos, más conversaciones, más reflexiones, más preguntas, más risas y chascarrillos, más humoradas y conocimientos. Hoy ya no soy ese adolescente. Y posiblemente sea menos idiota –aunque de esto no estoy tan convencido-, pero en tal caso habrá sido, en gran medida, gracias a él, a su modelo de conducta, a cuanto me enseñó y a todo cuanto nos transmitió a mi madre, su única hija, y a mí.
“Curro, cañamón, chamaco, calamar, Míchel…” eran algunos de los apelativos con que me llamaba -pues lo de “marsupial” siempre fue más un apelativo del ingenio de mi madre-. Yo, que desde temprana edad, mostré mi predilección por las cuestiones gramaticales y de Lingüística y que no era especialmente amigo de los números, conseguí lidiar con la matemática gracias a él, profesor mercantil, profe de mates durante muchos años (que ayudó a alumnos no solo en sus clases, sino en sus vidas) y posteriormente jefe de contabilidad del Ayuntamiento de Palencia (cuadrando cuentas que los políticos de turno descuadraban por irracionales caprichos) además de hijo de un licenciado en Ciencias Exactas (mi bisabuelo) muy reputado y amigo de Julio Rey Pastor (amigo, a su vez, de Santiago Ramón y Cajal). Junto a él (también junto a mi madre y mi abuela materna, la yaya) descubrí el mundo (esa inmensidad de la mar océana que tanto abruma y sobrecoge cuando la ve por vez primera al chaval del microrrelato de Eduardo Galeano y que le lleva a pedir a sus progenitores que le enseñen, le ayuden a mirar).
¡Cómo olvidar las largas jornadas de campo en el Monte El Viejo de Palencia disfrutando de la naturaleza o aquellas charlas en casa a media mañana mientras hacíamos crucigramas y autodefinidos! Él fue quien me hizo mi primer tirachinas o mi primer carné de “conductor de bici” y, según fui creciendo, me hacía depositario de legados familiares como quien entrega el cofre de sus más preciados tesoros. Multitud de ratos en La Coruña, en Toledo, en Palencia y en otros muchos sitios grabados ya definitivamente en nuestras retinas. Tantos y tan buenos recuerdos que es difícil condensar en pocas líneas –ni siquiera en mis extensos, inéditos y aún inconclusos escritos/memorias-. Es imposible olvidar su finísimo sentido del humor, su entrañable socarronería y profunda bonhomía, su talante diplomático y ecuánime, su sencillez en el trato, su sana perspicacia reflejada en sus claros ojos vivarachos y chispeantes e indeleble sonrisa, su estoica serenidad, su capacidad de sacrificio y su sentido de la ética.
Sin embargo, lo más impresionante de cuantas virtudes personales albergaba, que eran muchas, era su inmensa bondad e infinita generosidad –era espléndido hasta extremos inimaginables- que, excepción hecha de mi madre, en muy pocas personas he vuelto a ver. Cabe aplicarle a él lo que el poeta Ángel González decía de Alarcos: “La bondad, la inteligencia y la honestidad, virtudes que pocas veces se dan juntas en una misma persona, imprimieron carácter permanente a todo lo que hacía y a la manera en que lo hacía”. Su protección, aliento y cariño, como los de mi madre, a buen seguro resultaron fundamentales en el devenir de mi trayecto vital y no hay duda alguna de que gran parte de lo poco o mucho que de bueno haya en mí se lo debo a él, que no en vano fue mi padre moralmente hablando; huelga decir que me estoy refiriendo a mi abuelo materno Agustín, el yayo, quien siempre supo mantener encendida la llama de la ilusión al tiempo que su entrega a los demás –no siempre justamente correspondida- constituyó parte esencial de su ejemplarizante modo de ser. Quizá no haya mejor tributo a su memoria que el vivo recuerdo acompañado de infinita gratitud y de todo cuanto pueda cobijarse, en su máxima expresión, bajo la palabra GRACIAS”. (Miguel Á. del Corral)
Ya iba siendo hora de que dedicara una entrada de mi blog a una de las mejores artistas y profesionales con que cuenta actualmente la ciudad de Palencia. Los que tenemos irrefrenable tendencia a las cuestiones intelectuales también solemos gustar del deleite que produce el talento artístico de aquellos que lo tienen a raudales y Patricia CastroÁlvarez tiene una destreza y cualidades extraordinarias para el dibujo y para dejarlo plasmado en la piel con una técnica excelente de quien sabe proceder de una manera formidable, lo que la convierte en una excelsa y sublime tatuadora de las tierras vacceas.
Recuerdo que, a mí, de pequeño, me encantaba dibujar, de ahí que mi madre creyera que de ahí podía salir un futuro arquitecto, aunque tanto ella como yo enseguida nos daríamos cuenta de que si de algo sería arquitecto lo sería de las palabras, de las frases, de las oraciones, de los textos, en definitiva, de la comunicación a través de esos sistemas que llamamos lenguas merced a mis inquietudes intelectuales por el campo de las Letras y especialmente de la Lingüística. Dicho esto, el dibujo siempre me ha parecido una de las más sobresalientes expresiones artísticas y es que, no lo olvidemos, no deja de ser otro lenguaje, un código a través del cual también podemos expresarnos y, gracias al milenario arte del tatuaje, también dejarlo impreso en nuestra piel.
Frente al verba volant, esto es, las palabras vuelan, que nos viene a decir que el lenguaje hablado tiene carácter transitorio y efímero, surgió, bien es cierto que como sistema secundario, la escritura gracias a la cual podemos acceder a lo que otros plasmaron hace muchísimo tiempo. En contraposición a las cosas perecederas, las obras tales como los libros, los escritos (sean prosa o poesía, de mayor lirismo o de carácter más narrativo, etc., y cualesquiera que sean los géneros que se empleen) así como los dibujos, bien conservados, pueden permanecer larguísimo tiempo y si estos se realizan en la piel pueden acompañarnos hasta el fin de nuestros días. Y no solo el dibujo, sino que son muchos quienes, al tatuarse, también deciden, en uno u otro idioma, plasmar palabras, frases, versos, letras de canciones con los que evocar sus sentimientos, sus pareceres, su carácter, en definitiva, su idiosincrasia y reafirmarse a través de esta práctica que hunde sus raíces en culturas milenarias y que, por fortuna, parece que ha recobrado fuerza y se van abandonando cada vez más los absurdos e irracionales prejuicios de quienes veían de forma despectiva o con connotaciones tristemente negativas a las personas tatuadas. Como digo, afortunadamente, esa percepción va cambiando gracias a esa mentalidad abierta que cualquier persona con sentido común habría de tener.
Muchas pueden ser las razones que lleven a uno a querer tatuarse y, generalmente, quien lo hace repite. No vamos a comentar cada uno de los motivos que infinidad de personas podrían argüir. Me limitaré a mi simple y humilde experiencia pues yo mismo siempre quise tatuarme los escudos de mi apellido materno, de mi familia materna, “del Corral”, por el orgullo que siento y también como agradecimiento profundo e intensa e infinita gratitud rebosante de cariño hacia mi madre, mis abuelos maternos, mis bisabuelos y todos mis ancestros y antepasados de dicho linaje, de mi estirpe, por vía materna (y otros tatuajes que tengo pendiente hacerme y que, llegado el caso, ya comentaré pormenorizadamente). Y, evidentemente, para ello me puse -y siempre me pondré- en manos de la mejor tatuadora de Palencia, de Patri Castro, una chica increíble, inteligente, despierta, resuelta y resolutiva, tenaz y decidida, audaz y talentosa, con gran perspicacia, con mucha cultura de la vida, esa cultura urbana de la escuela de la calle que es tan importante e incluso más que la que puedan ofrecer los libros. Pero es que además es una persona con inquietudes, también intelectuales, con afán por aprender cosas nuevas, con ese constante interés de eterna curiosa que es tan gratificante y entrañable, tan admirablemente fantástico, y bien lo puedo atestiguar yo que tuve oportunidad de darle alguna clase y, posteriormente, de conocerla cada vez más y mejor hasta darme cuenta de que es, sin duda, una de las personas más maravillosas que uno quepa imaginarse. Imposible no quererla intensamente (aunque me encante vacilarla o precisamente por ello) ya que se trata de una persona muy especial. Pero más allá de su excepcional calidad humana -sencillamente espectacular-, como profesional es igualmente excelente, espléndida, magnífica. Desarrolla un trabajo con una pericia y una habilidad que dan buena muestra y son indudable reflejo de su mucha práctica, de su experiencia -dilatada ya pese a su juventud por su gran precocidad- y de su indiscutible esfuerzo con un nivel de autoexigencia que la han llevado a realizar tatuajes cada vez de mayor enjundia y complejidad y siempre con una maestría y desenvoltura y, sobre todo, con un acabado final sencillamente impresionante.
En un tiempo en que a veces predominan jóvenes abúlicos o haraganes de superlativa holgazanería sin apenas horizontes, da gusto encontrar esos seres excepcionales que se erigen en personalidades trabajadoras con semejante talento ofreciendo lo mejor de sí de una forma tan maravillosamente fascinante y, por ende, se antoja imprescindible reivindicar su importancia y reconocer su descollante mérito. Sin lugar a dudas, la mejor tatuadora de Palencia, amén de una preciosa y bellísima persona -tanto por dentro como por fuera- cuyo acervo de virtudes es descomunal, es Patri Castro Álvarez. Y aun cuando pueda achacárseme falta de objetividad y escasa imparcialidad por nuestra constante y estrecha relación puedo asegurar con total ecuanimidad que se trata de una experta enormemente capacitada y competente, de enorme valía, y con unas aptitudes fuera de toda duda a la hora de realizar tatuajes, con diseños sugerentes y sugestivos, rompedores y originales, pero siempre amoldándose a los deseos del cliente, aconsejando con precisión, adaptándose para satisfacer las necesidades de cada uno, dando las pautas y orientaciones pertinentes para el buen cuidado de los tatuajes, así que, en consecuencia, quien desee hacerse un tatuaje no debe dudar ni un momento en ponerse en las expertas manos de Patricieraink porque la satisfacción está más que garantizada gracias a la portentosa y fenomenal labor de la inconmensurablemente sensacional Patri. 😉
Aprovecho para dejar en mi blog un antigua entrevista que le realizaron a mi tocayo Miguel Ángel Gutiérrez Astudillo, licenciado en Filología Hispánica, que desarrolló su tesina sobre fenómenos sociolingüísticos de habla de Palencia, entre ellos, el laísmo, leísmo y loísmo a que somos tan propensos en la zona norteña de nuestra Castilla, pero también el uso incorrecto del pospretérito o condicional de indicativo (antiguo modo potencial) en lugar del adecuado pretérito imperfecto de subjuntivo (es decir, el horrísono “Si llovería…” en vez de “Si lloviera…”) o la errónea transitividad en verbos como quedar o caer.
Gutiérrez Astudillo dio clases de Lengua castellana y Literatura en algún pueblo de la provincia de Palencia, pero acabó sacando su plaza de subalterno en la Diputación de Palencia, donde fue compañero de mi madre -que era administrativa-, además de ser también entrenador de voleibol, aunando, por tanto, Cultura y Deporte. Su tesina, transformada en libro, se convirtió en un trabajo que fue publicado por la institución provincial y es un claro ejemplo de que, sin ejercer la docencia, también se puede desarrollar un magnífico trabajo intelectual… Y desde cualquier escalafón.
Es interesante mencionar esto y más en estos tiempos de repugnante titulitis donde todo el mundo ansía colecciones de másteres, aunque sea comprándolos, cuando luego a lo mejor ni siquiera son capaces de escribir cuatro líneas sin plantar cinco faltas ortográficas. Frente a ese esnobismo absurdo tan predominante y que tanto abunda hoy, yo, por el contrario, soy de los que gustan de la gente culta, pero no de aquella que tiene muchos estudios o muchos papelitos certificados con tal o cual título, sino de aquellas personas que, por su afán de curiosidad, saben de todo, tienen también cultura de la vida, les encanta leer, les apasiona interesarse por adquirir nuevos conocimientos y, en definitiva, se puede tener con ellas conversaciones sobre cualquier cosa aprendiendo cosas nuevas…. Porque eso es lo verdaderamente enriquecedor. 😉
Como curiosidad, debo decir que, al menos en tierras palentinas, hay muchos “Miguel Ángel” vinculados, de un modo u otro, con la Filología Hispánica. Está el caso de este ordenanza licenciado en Filología Hispánica, Miguel Ángel Gutiérrez Astudillo, pero también en el IES Jorge Manrique de Palencia ha dado clase a alumnos míos de clases particulares -e incluso a amigos míos- Miguel Ángel Arconada Melero, profesor de Lengua y con el que creo coincidí en una mesa electoral hace tiempo. E incluso mi profesor de Lengua castellana y Literatura de cuarto de ESO y tutor, el primero en introducirme en el magisterio de Emilio Alarcos Llorach o Salvador Gutiérrez Ordóñez fue otro Miguel Ángel: Miguel Ángel Calleja de la Puente, en el IES Trinidad Arroyo de Palencia donde después sería Jefe del Departamento de dicha materia: Lengua castellana.
Algunos quizá recuerden películas míticas que suelen retratar aspectos del ámbito educativo y juvenil. Desde las más antiguas, como las protagonizadas por Sidney Poitier (Rebelión en las aulas) hasta las más modernas y menos conocidas como La clase (Entre les murs) del francés François Begadeau. Sin duda, una de mis preferidas siempre será El indomable Will Hunting, protagonizada por Matt Damon, Ben Affleck y el inolvidable Robin Williams, al que también podemos ver en la quizá mucho más conocida -pero a mi juicio de menor nivel que la de Will Hunting– El club de los poetas muertos. Aparte de esas, una película extraordinaria siempre será Mentes peligrosas, con una fantástica Michelle Pfeiffer, y la célebre banda sonora y su sencillo principal «Gangsta’s Paradise» que disfrutaron de gran éxito. En este caso, la marine se ve transformada en profesora encargada de lidiar, en una escuela secundaria propia de barrios bajos, con estudiantes de clase baja y desfavorecida, conflictivos y difíciles.
Frente a lo que piensan algunos, generalmente pedantes pretenciosos aquejados de un elitismo esnob vergonzoso y que se dicen defensores de la clase obrera mientras la critican desde una falsa superioridad moral que se atribuye cierta progresía marxistoide, el contenido de ciertas canciones, de cierto tipo de música, de diferentes videoclips o películas e incluso el modo de vida de quienes lo protagonizan no tienen, al menos no necesariamente, por qué influir en ciertas capas de la sociedad, ni siquiera en las más jóvenes, al menos no para mal. Podemos encontrar personas de intachable conducta moral e impecable sentido de la ética que escuchan Kidd Keo, El Jincho o Jarfaiter y disfrutan de las batallas de gallos propias del rap, o sea, de la cultura “free style” mientras quizá otros que puedan escuchar el pop más comercial podrían ser criminales en potencia. Sirva el hiperbólico ejemplo para intentar evitar los prejuicios y las etiquetas que tanto gustan algunos de endilgar y a las que suelen ser tan propensos.
Otra película que trata esta cultura hiphop es la protagonizada por Eminem: 8 millas, que me consta que a algunos jóvenes marcó bastante (sirva el ejemplo de mi buen amigo Dani Castro). En cualquier caso, creo que, a la hora de enseñar, se puede ser muy riguroso con el contenido que se quiere transmitir, pero, al mismo tiempo, a veces, se puede recurrir a la realidad social y quizá eso nos permita comunicar más y mejor. Y es que, por ejemplo, las batallas de gallos son una muestra de un ejercicio que emplea las habilidades lingüísticas, desde el ritmo y la rima hasta infinidad de figuras retóricas, y ciertos jóvenes tienen gran interés por ella, por ende, merece la pena acercarse a este ámbito cuya riqueza lingüística puede sorprender a más de uno.
Para verificar este aserto nada mejor que alguna prueba empírica, así que he aquí los dos vídeos siguientes que reflejan espléndidamente el uso de ciertas figuras literarias -lingüísticas más bien- en batallas de “freestyle” para comprobar cómo el rap es un indudable aliado de la destreza lingüística porque se sirve precisamente de la lengua para derrochar, cuando se tienen grandes dosis de ingenio, muchísimo talento. Al fin y al cabo, las batallas de gallos no son sino duelos verbales donde se enfrentan dos personas que han de improvisar las mejores frases para alzarse con la victoria. Es una de las formas modernas que ha adaptado nuestra vieja Retórica, pero, aun con las diferencias propias del mundo que vivimos -sobre todo a nivel léxico-, en cuanto a los procedimientos -figuras retóricas-, estas llevan empleándose desde los tiempos más remotos e inmemoriales. Muchos amantes de la cultura surgen o se interesan precisamente por la cultura suburbana (recuérdese la efervescencia de la movida ochentera, con fanzines, grupos marginales, al menos en sus inicios, etc.), por el talento artístico que también busca ser rompedor, impactar y así dejar esa indeleble huella con las diferentes impresiones que a cada uno pueda suscitar. Por ello, creo humildemente que es bueno, incluso desde atalayas docentes o enfoques intelectuales, dejar un excesivo academicismo -sin renunciar a todo cuanto de bueno este tiene- y reivindicar esa cultura undergroundde gran eclecticismo.
La exuberante cultura (sub)urbana y el rap (freestyle), rimas, ritmo y jerga apoteósica, léxico repleto de matices e improvisación con mucho ingenio: magnífico ejemplo de potencial lingüístico y de interesante aplicación en clases de Lengua castellana.
Héctor García Barnés, periodista de El Confidencial, ha realizado un nuevo reportaje, como siempre apoyado en datos y testimonios, riguroso y sólido, para lo cual recaba información de diferentes fuentes y, en este caso, ha querido plasmar un excelente análisis de lo acontecido en aquellos lugares como, por ejemplo, Palencia durante la pandemia del coronavirus, localidades que no se vieron excesivamente afectadas al principio, con el inicio de la propagación de la covid-19 y donde la incidencia no fue de las más elevadas pero que, con la llegada de septiembre, ha visto incrementar su número de casos. Con este reportaje quiere darse una visión global del asunto y, de nuevo, el redactor Héctor García Barnés ha querido contar con la humilde colaboración de un profesor de Lengua castellana que reside en la capital del Carrión, o sea, con este servidor. Y, como siempre, ha sido un placer haber podido contribuir en este nuevo reportaje de un medio tan influyente como El Confidencial. Asimismo, hay que agradecer que periodistas como Héctor siempre busquen también la perspectiva de ciudades de provincias como Palencia desde las que podemos ofrecer un enfoque desapasionado, ecuánime y realista y, al mismo tiempo, reflexivo y mesurado, acorde con el el sosiego y la tranquilidad que no suele predominar en el rompeolas de todas las Españas como se refiriera Antonio Machado a la capital del reino. 😉
Aunque en este ocasión el artículo es de pago y se necesita estar suscrito, además de poner el enlace, adjunto las imágenes de aquellas partes en que se recogen algunas de mis declaraciones para todo aquel que pudiera estar interesado en echarle un vistazo.
Se me animó, desde el portal tusclasesparticulares.com, a que contara o relatara cómo descubrí o cómo surgió mi amor por la enseñanza, así que aquí dejo lo que en su momento escribí -y que sigue plenamente vigente- por si alguno desea echarle un vistazo:
“La verdad es que creo que se trata de un descubrimiento bastante precoz, incluso de una capacidad innata –y eso que, por cuestiones metodológicas, tiendo a ser más bien empirista-, pero intentaré explicarlo un poco en las líneas siguientes. ¿Os animáis a seguir leyendo y a conocerme un poquito más? ¡Adelante!
Probablemente, algo tengan que ver los genes. Mi abuelo materno, Agustín del Corral Llamas, apuesto profesor mercantil que estudió la carrera de Comercio, fue profesor de matemáticas durante muchos años, jefe de estudios y director de varias academias fundadas por él y otros compañeros, como la Academia San Luis o la Academia Hispano -incluso en el entonces llamado Centro Sindical de Formación Profesional Virgen de la Calle– antes de acabar como Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento de Palencia; y su padre, mi bisabuelo Pepe, José del Corral y Herrero, fue profesor de matemáticas, catedrático, un reputado matemático (amigo de Julio Rey Pastor, el colega de Cajal) dedicado en cuerpo y alma a la enseñanza. Yo no saqué su talento para los números, pues soy de Letras puras, de Humanidades, aunque la Lingüística, al menos desde principios del siglo XX con el maestro ginebrino Ferdinand deSaussure, no deja de ser una disciplina científica, pero no una ciencia formal (como la matemática o la lógica), sino una ciencia humana, de hecho, la lengua es una institución humana y social. Y si continuamos ascendiendo por el árbol genealógico por vía materna, cabe decir que incluso un hermano de mi tatarabuelo Lucinio del Corral y Flórez, Constancio, licenciado en Filosofía y Letras, también fue maestro; de mi trastarabuelo José del Corral Pérez, licenciado en Derecho e hijo del que fuera a diputado a Cortes en 1836 (Juan Antonio del Corral y de Mier), no hay constancia explícita de dedicación a la docencia, pero tampoco es descartable. Y por vía paterna, aunque mi progenitor fuera un infame y criminal maltratador, también su padre -mi abuelo paterno, que dio clases, entre otros, a Paco Vázquez, Augusto César Lendoiro o Fernandito Romay– y todos sus hermanos ejercieron como docentes, aunque también, una vez más, con alguna excepción, casi todos -menos una- ligados al mundo de los números.
Sin embargo, a mí, desde bien pequeño se me dieron francamente bien las cuestiones lingüísticas y gramaticales, así que no es extraño que estudiara especialmente -y con fruición y delectación- todo lo vinculado al mester filológico. En las edades más tempranas, en Educación Primaria, se te da bien todo, o al menos en todas las asignaturas era un servidor bastante brillante (típico de dieces y sobresalientes, pero sin ser pedante ni repelente en ningún momento). De esta etapa que anteriormente se llamaba EGB pero que, cuando empecé a cursarla, ya se denominaba Primaria, conservo especial grato recuerdo de mi tutora de tercero y cuarto, en el CP Gómez Manrique de Toledo, Sagrario Ballesteros Peces, dama de gran cultura, exigente y a la vez entrañable que me tuvo, en cierta forma, como uno de sus alumnos predilectos y que, probablemente, influyó -y en no poca medida- en mi amor por la enseñanza -o lo intensificó más si cabe-, en esa vocación docente que es tan trascendental en quienes nos dedicamos a ello ya que la profesión de profesor tiene mucho de oficio. (En la siguiente imagen puede verse mi colegio de Toledo, el CP “Gómez Manrique”, mi primer colegio propiamente dicho, donde empecé la Primaria, ya que los meses de “Preescolar”, tanto en el CP Alfonso VI de Toledo como en el CP Padre Claret de Palencia fueron escasos).
Luego, y tras cursar quinto y sexto de Primaria en el CP Ramón Carande y Thovar, ya en Palencia, acudí al instituto, donde tuve maravillosos y espléndidos profesores –con algunas excepciones infames bastante indeseables que es mejor no recordar, por no hablar de ciertas injusticias perpetradas por esos innombrables que, en ocasiones, nos depara el destino para enseñarnos a no ser nunca como ellos-. Debo destacar -y muy positivamente- a mis profesores de Lengua castellana y Literatura Carlos Redondo Torre (en primero y segundo, profe de Lengua todo el primer ciclo y tutor en primero), profesor genial cuyas explicaciones y esquemas me veo hoy día utilizando yo con algunos alumnos míos; a Félix Cortés Cañas (que también me dio Francés), que, desde postulados de la Gramática tradicional, cimentó unas buenas bases sobre las ya adquiridas gracias a la brillantez del anterior, Carlos Redondo; y, finalmente, a Miguel Ángel Calleja de la Puente (profe de Lengua y tutor en cuarto), este último, con cierto espíritu krausista pero a la vez abierto, fue el primero en hablarme de algunos de los que serían grandes referentes míos como los lingüistas y gramáticos Emilio Alarcos Llorach, Salvador Gutiérrez Ordóñez o Leonardo Gómez Torrego, entre otros. También dejaron bella huella en mí -académica y personal- profesoras de Inglés como Montse Hernández Vázquez (tutora en tercero) o de Francés como Caty Hervella Ordóñez, hija del conocido político de UCD Jesús Hervella y de la catedrática de Literatura Casilda Ordóñez. Mi sincera y honda gratitud a los citados es manifiesta, como no podía ser de otro modo. (En las imágenes se puede ver el colegio “Ramón Carande y Thovar” de Palencia, donde cursé quinto y sexto y, después, el IES “Trinidad Arroyo” con la imagen que presentaba en mi época, hoy algo cambiado incluso en los colores de su fachada principal, aunque la estructura del edificio sigue siendo la de entonces).
Ya en segundo de la ESO me recuerdo dando clases a mis compañeros de curso y, en efecto, de Lengua castellana y Literatura, algo que se repetiría en cursos sucesivos, en tercero, cuarto… Hasta tal punto que incluso en años posteriores daba clases a alumnos de cursos superiores al mío (por ejemplo, estando en cuarto de la ESO impartía clases a alumnado de segundo de Bachillerato) y es que, desde muy pronto, sentí gran atracción por las cuestiones gramaticales y de Lingüística; y un gran profesor, lejos de frenarme en mis ansias por aprender y adquirir conocimientos de esa materia y temática, no me cortó las alas, sino que me animó en mis inquietudes intelectuales, e incluso me ofreció gran bibliografía. Así, estando en cuarto, me daba libros de segundo de bachillerato, del antiguo o extinto COU -que siempre consideraron de mayor enjundia y dificultad que lo que había venido después- e incluso de primeros cursos de Universidad de tal suerte que a mis tiernos quince años me empapaba de libros de gente de veinte años. Eso hizo que, al cursar, tiempo después, estudios universitarios (UNED, Universidad de Burgos) alguna profesora y tutora aludiera a mi profundo sentido gramatical, ese que según Alarcos algunos poseen –o poseemos- intuitivamente y los más deben adquirir con estudio y práctica. De ello, posiblemente, se derivarían varios sobresalientes y matrículas de honor en diversas asignaturas de la carrera, especialmente las vinculadas al ámbito lingüístico (Fonología, Morfología, Sintaxis…). No obstante, ya anteriormente había tenido yo oportunidad de tratar -e incluso de recibir generosos elogios, a buen seguro hiperbólicos- de algunos de mis grandes referentes, esto es, de excelentes filólogos, lingüistas, gramáticos y catedráticos vinculados con el área de las Humanidades.
Desgraciadamente, circunstancias adversas me dificultaron el camino; en 2010 fallece mi hermano Alberto, que era hemipléjico y tenía parálisis cerebral -con la problemática que ello conllevaba-, y en 2013 muere mi madre tras un cáncer terminal, el anaplásico de tiroides -que solo tiene el 1% de la población mundial-, y durante su terrible enfermedad ejercí de enfermero las 24 horas del día. Mis abuelos maternos ya habían fallecido, en 2003 y 2004 –mi abuela, tras una terrible enfermedad neurodegenerativa, una brutal demencia-, precisamente en mi adolescencia, algo que me afectó mucho (mi abuelo materno era mi padre moralmente hablando); y mis otros dos hermanos, Joaquín José y David, fallecieron al poco de nacer. Mi madre, a pesar de venir de una familia muy ilustrada (ya cité que mi abuelo y mi bisabuelo fueron reputados profesores), tuvo la desgracia de ser víctima de la infame violencia doméstica por parte de un execrable y abyecto ser repulsivo (mi progenitor), por lo que padre tampoco tengo, y, además, mi madre era hija única (en consecuencia, yo no tengo tíos ni primos carnales), así que ello hizo que me quedara en esa soledad hirsuta de que habla el poeta. No en vano alguna gente del mundo intelectual me regalaría, desde la alta estima en que me tienen, el afable apelativo de superviviente nato por las referidas circunstancias de mi nada fácil trayecto vital.
Sin embargo, cuando me repuse de tantos baches y adversidades, con la inestimable ayuda de los buenos amigos y la buena gente -y alguna familia lejana de mi madre-, retomé mi pasión, la docencia, y volví a dar clases de Lengua castellana y Literatura (e incluso de alguna otra materia de Humanidades) a alumnos de ESO y, sobre todo, de Bachillerato, especialmente enfocado en aquellos que se enfrentan a las pruebas de acceso a la Universidad (e incluso a algunos para las pruebas de mayores de 25 años o de acceso a ciclos formativos de grado superior de FP). Además de contribuir a la subsistencia, la experiencia no puede ser más gratificante: multitud de alumnos contentísimos y satisfechos con mis clases (y con sus aprobados), padres y madres muy agradecidos por la mejora del rendimiento académico de sus vástagos y yo muy feliz ante todo ello.
Ya es extensa la nómina de alumnos a que he impartido clase pues ya son muchos aquellos a los que he tenido la fortuna de ayudar en el ámbito académico en la asignatura de Lengua castellana y Literatura, por citar solo algunos, solo unos poquitos: Dani y Diego Tejedo Merino, Pablo de la Cruz González, Jorge de la Rosa de Arriba, Valentín y Mateu Bolboricci, Gustavo y Paula Román Carabaza, Jaime Durántez Martín, Dafnis González Cartujo, Rubén Espina Junquera, Felipe Rodríguez, Pablo (Gatu) y Marina Martín del Río, Jorge Pastrana, Dani García, Raúl Álvarez, Alonso y David Covarrubias Gutiérrez, Mario Néstar Redondo, Mario Colomer Martínez, Hugo Ortega Zamora, Miguel Rodríguez, Manu Cortés, Carlos Díez, Nuria González, Carlota García, Pablo Martínez, Rodrigo Herrero, Patri Castro Álvarez, Lola Pérez Ciruelos, Jorge Martín, Lucía Fuente, Carlos González Berzosa, Julia Hernández, Santiago Martín Maroto, Pablo y Gonzalo Cosidó Betegón -hijos del ex director general de la Policía, Ignacio Cosidó Gutiérrez-, Laura y Carmen Corral Carranza, Cristina Rivera, Cristina Cuiñas Dios, Sara Martínez, Clara Román, Juan Moreno, Álvaro Sacristán Martínez de Valmaseda, Daniel Salamanca, Hugo, María Ruiz Martínez, Alba Plaza, Nicolás García-Malvar del Campo, Sandra Balbás Zurro, Ainhoa Alonso Díez, Alberto Delgado, Iván Vallejo Cabrero, Daniel Gallinas, Alberto García, Adolfo Fernández, Manuel González Berzosa, Marco Pérez, David Paniagua Tomé, Juan Pinilla, Alejandro Herrero Delgado y muchísimos otros que harían una lista de considerables dimensiones.
Es una labor reconfortante, pero, sobre todo, que requiere unas virtudes y cualidades que son inherentes a la ya mentada vocación docente. Además, siempre he seguido cultivándome en el ámbito filológico, desde las corrientes del estructuralismo y funcionalismo lingüísticos de la tradición europea, desarrollando trabajos, escribiendo algún libro o elaborando colaboraciones para distintos medios (El Universitario, Las nueve musas…)
Por otro lado, es bien conocida mi reivindicación de las Humanidades, de la Lingüística y de los estudios gramaticales desde la Educación haciendo atractiva y sugerente una materia que a veces puede parecer árida, abstrusa, compleja y difícil pero que se puede presentar asequible y sugestiva con pasión, dedicación, paciencia e incluso sentido del humor.
Como he dicho ya en muchas ocasiones, siempre mostraré un inalterable y total compromiso con la enseñanza de la Gramática a pesar de que algunas actividades hayan sido tan injustamente denostadas, como el análisis sintáctico, pues, suscribiendo las palabras del gran sabio del idioma, Gutiérrez Ordóñez –discípulo de Alarcos-, constituye una práctica muy saludable y un ejercicio intelectual increíblemente provechoso. De hecho, como bien dice Gómez Torrego, la conciencia lingüística adquirida mediante los análisis sintácticos continuados contribuye a evitar las discordancias, los anacolutos, los dequeísmos, etc. Claro está que no puede convertirse, como a veces se ha hecho, en un sinsentido mecánico, en algo que se haga sin reflexión, sin método adecuado y, a veces, hasta con contraproducentes dosis de pedantería –hay que huir de excesivos formalismos, de la “arboreomanía” o culto al diagrama arbóreo y, sobre todo, al dogmatismo-, pero, bien realizado, el análisis sintáctico –como tantos otros ejercicios vinculados al estudio de la lingüística- por supuesto que contribuye y ayuda al dominio –oral y escrito- de la lengua precisamente por esa conciencia lingüística que se tiene del sistema, de la herramienta, del instrumento, esto es, del idioma. Claro que lo primero es leer, leer, leer, leer, leer y seguir leyendo; y luego escribir, escribir, escribir, escribir y seguir escribiendo (comprendiendo lo que se lee y reflexionando sobre lo que se escribe para que todos acaben expresándose con la debida corrección idiomática, tanto oralmente como por escrito) sin olvidarnos de nuestra rica tradición literaria, pero eso no está en modo alguno reñido con prácticas tan positivas como los ejercicios sintácticos; contraponer lo uno a lo otro se antoja una trampa saducea de nefastas consecuencias. Esto echa por tierra la supuesta inutilidad del análisis sintáctico, pero es que, aun en el caso de que no fuera útil –que ya hemos dicho que sí lo es-, ello no legitimaría su supresión, pues de igual forma ocurre con tantas otras cosas. Pondré un ejemplo que me toca muy de cerca –y suelo citar a menudo-: mi abuelo materno Agustín del Corral Llamas, profesor mercantil –hijo del ilustre matemático José del Corral y Herrero, gran amigo de Julio Rey Pastor (y este, a su vez, vinculado a Santiago Ramón y Cajal)-, tras muchos años dando clases de matemáticas, acabó de jefe de Contabilidad del ayuntamiento de Palencia y él mismo reconocía con su entrañable humor –que también era la piedra angular de la filosofía de Alarcos– que trabajando toda la vida con números nunca hubo de realizar una raíz cuadrada a pesar de haberla enseñado constantemente durante años en sus tiempos de docente. Igual que muchos transitan su vida sin recurrir a fórmulas químicas o clasificaciones taxonómicas de animales que, sin embargo, estudiaron en sus tiempos escolares. Es inevitable volver de nuevo a Gutiérrez Ordóñez para suscribir sus palabras: “Si nadie pone en duda la necesidad de conocer la estructura de una catedral gótica, ¿no hemos de estudiar el entramado de la más hermosa catedral que haya construido jamás el hombre, el lenguaje?”. Además, la lengua –y, por tanto, su dominio, el buen conocimiento del idioma, su comprensión en toda su complejidad- es la que abre la puerta a todas las demás disciplinas.
Y es que, como he dicho, de igual forma ocurre con tantas otras cosas que toca aprender en la adquisición de cultura general (¿habremos entonces de suprimir la poesía, la historia o la filosofía? Sería un delito de lesa humanidad), pero, además, en el ámbito gramatical, resulta fundamental para la maduración de las capacidades intelectuales de nuestros jóvenes y se puede hacer de manera sugestiva y estimulante con profesores –como, verbigracia, este servidor- que conocen y aman su materia, con paciencia, con sentido del humor y con pasión por la asignatura y por la transmisión de conocimientos a las nuevas generaciones.
Dicho esto, creo humildemente que la profesión docente no es homologable a la medicina o la abogacía y la labor del profesor tiene mucho de lo que podríamos calificar de oficio (como aquellos correctores de estilo de los que hablaba Pérez Reverte como magníficos maestros) por cuanto, más que diversas teorías pedagógicas o corrientes de pensamiento filosófico relativo a la educación –por interesantes que puedan ser (o no)- y que algunos hemos devorado como corresponde a lectores voraces interesados por toda cuestión intelectual de forma autodidacta, lo que realmente hace óptimo a un profesor son ciertas cualidades intrínsecas, virtudes inherentes a la intensa y profunda vocación docente de quien domina su materia y la vive con tal pasión como para hacerla sumamente atractiva y transmitírsela a un alumnado con el que ha de conectar, y esto último tiene, nuevamente, mucho que ver con el carácter, paciencia y capacidades propias –diríase que casi innatas- del profesor (cuando las tiene, como el que posee el don de la escritura, un talento artístico o musical, gran destreza deportiva o, como este servidor, un profundo sentido gramatical), no en vano la educación ya fue definida como el oficio dedicado a la ilustración del alumnado, no para la acumulación de títulos y cursos de autoayuda con que emplear una retórica absurda (acientífica y diríase que importada de los mundos de Yupi, puro postureo inservible de niñatos inmaduros) y, muchas veces, nociva y perjudicial. De la misma manera que pasar por una facultad de Filosofía y Letras no convierte a alguien en buen escritor o igual que grandes periodistas de magnífica prosa y con genial olfato de sabueso rastreador no necesariamente cursaron estudios de Periodismo, en la docencia, además del absoluto dominio de su materia, asignatura o área (que, esto sí, es algo imprescindible, y cuanto más estudio tanto mejor), han de darse unas características específicas que no aprendemos en las facultades –aunque hayamos asistido a ellas- sino que tienen más que ver con las cualidades propias de la persona –y de su ya mentada vocación docente– y no tanto con el aprendizaje de un aluvión de teorías pedagógicas (adulteradas, a su vez, por capricho de administraciones burocráticas ajenas a la realidad educativa), algunas de las cuales precisamente han derivado en pueril jerga de autoayuda que se ha revelado ineficaz y contraproducente y que no es más que verborrea de mazorral salida del nefasto politiqués.
Hay que aunar tanto el fomento del espíritu crítico como el ejercicio de las habilidades memorísticas o nemotécnicas pues como afirmaba otro profesor: “Voy a decir una cosa: Cuando, en clase, te dejas de “innovaciones” y repites, repites, repites y repites… Y paras y explicas. Y vuelves a repetir. Y otra vez paras para ver qué no funciona, resuelves el problema, aclaras dudas y retomas, y de nuevo repites, repites y repites, llega un momento en el que tus propios alumnos agradecen tu esfuerzo, responden y terminan dándose cuenta de que aquello empieza a funcionar.”-, eso sí, acompañado de las muy saludables prácticas intelectuales como aquellas en que precisamente inciden, por ejemplo, (hablo, lógicamente, de mi materia, pero pueden establecerse casos análogos con otras) las actividades morfosintácticas, entre otras tantas, pues por supuesto que los alumnos agradecen muchísimo las explicaciones y la resolución de dudas sobre la materia en cuestión, y la motivación se consigue, no con palabras huecas, sino cuando el alumno ve en el profesor la persona que, en virtud de sus conocimientos, es capaz de enseñarle lo que desconoce y ayudarle a aprender lo que no sabe, con paciencia y dedicación, como los grandes maestros que dejan inolvidable huella, y eso no está reñido en absoluto con la mayéutica socrática de invitar a la reflexión, pero, una vez que se dan las pautas para poder desentrañar los distintos problemas que surjan.
Por eso, en mis clases siempre hago que pierdan el miedo al fallo, que consulten todas las dudas, elevándoles la autoestima cuando consiguen asimilar cualquier cuestión y realizan de forma correcta cualquier ejercicio o análisis propuesto, animándolos a seguir trabajando en esa línea, incluso con anécdotas y ese necesario sentido del humor que puede combinarse con el rigor y seriedad de la materia impartida, y ese saber conjugarlo todo es lo que hace a los profesores buenos docentes de los que siempre se conserva recuerdo, como algunos de los que yo tuve, como mis propios antepasados (aunque ellos fueran de números y yo, de letras) y como he intentado –e intento- siempre, modestamente, hacer yo. Mis alumnos pueden dar fe de ello. De hecho, algunos exalumnos hoy son buenos amigos.
En resumen, como tantas veces reitero, el alumno siempre ha de ser el eje central de toda acción formativa, en un clima de confianza, que no pierda nunca de vista los objetivos, y, por tanto, las clases particulares deben convertirse en un apoyo constante adaptándonos siempre a las necesidades del alumno, atendiendo a sus dudas, practicando y explicando, con ejemplos didácticos, los habituales fallos y errores, con paciencia, recursos y esa gran vocación docente ya aludida que se refleja en los resultados de aquellos a quienes he impartido e imparto clases y que, cada vez más, me han nutrido de mucha experiencia en el complejo campo educativo y que, en muchas ocasiones, son verdaderamente gratificantes. La docencia es una labor exigente, de mucha paciencia, que requiere dominio y saber conectar con los alumnos -algo que no se enseña en ninguna facultad ni otorga ningún máster por caro que este sea- pero que, a la vez, puede resultar maravillosa.
No puedo dejar de resaltar, como acabo de decir, lo gratificante que resulta que, en algunas ocasiones -no siempre, pero sí a veces-, se tenga la oportunidad de conocer a gente maravillosa, sirvan de ejemplo personas como los ya citados Gustavo o Paula Román Carabaza, Pablo Martín del Río o Patri Castro Álvarez, esta última hermana de Dani Castro, amigo-hermano al que no he dado clases, pero con el que he hablado y hablo de todo, incluso de cuestiones lingüísticas, y es que Dani es un chaval que tiene muchísimo nivel, más que infinidad de universitarios y alguien que también me ha enseñado a mí en otras facetas, especialmente en el plano deportivo, pues todo cuanto de actividad física sepa hacer más o menos bien también se lo debo a él, que es un auténtico fenómeno, y no solo en ese ámbito, también tiene esa escuela de la vida o escuela de la calle tan necesaria para enfrentar el mundo de hoy.
Gracias, además, a mi labor docente fui seleccionado para ser aplicador de la prueba PISA para centros educativos por la única empresa avalada por la OCDE en España para ello y pude realizar dicha función en distintos centros educativos de Palencia y Valladolid como el IES Jorge Manrique o el colegio Santa Teresa (enero/febrero de 2020) antes de que la pandemia de la COVID-19 nos confinara y recluyera.
Y, en fin, con estas líneas espero haber acercado un poco más (a quien se anime a leerme) mi amor por la enseñanza en que se conjuga mi sentido gramatical, mis conocimientos filológicos y mi pasión por la Lingüística con una intensa, honda, profunda y esencial vocación docente.
Casi un año después de las elogiosas -pero muy merecidas- palabras que puse en este mismo blog sobre mi buen amigo Dani Castro aprovecho para ratificarlas de nuevo, si cabe con mayor intensidad que entonces; y, de hecho, así lo hice hace escasos días en un breve artículo aparecido en el Diario Palentinoque también deseaba dejar aquí para todo aquel que desee echarle un vistazo y leerlo… Y porque, sin duda, se trata de uno de los textos escritos por mí de los que más orgulloso me siento y que, además, nunca perderá vigencia dada la nobleza y ejemplar integridad de mi grandísimo amigo Dani (Calero). 😉 🙂
En el siguiente enlace dejo un reportaje de El Confidencial realizado por el periodista Héctor García Barnés sobre la calidad de vida en ciudades tan dispares como Madrid y Palencia. Para realizar este trabajo, el prestigioso periodista quiso contar con todo el material posible, obtener información para poder analizar con rigor y también disponer de la opinión de distintas personas, entre ellas, la de un joven profesor de Lengua castellana y Literatura, llamado Miguel Ángel del Corral, es decir, la de este servidor, que, aun cuando heredó la casa en propiedad (de mi madre y de mis abuelos maternos), hubo de ponerse a dar clases para salir adelante, no sin dificultades. Y si bien es cierto que Palencia, en algunos aspectos, es barata y cómoda, en otros no lo es tanto y, sobre todo, nunca es fácil en ningún lado cuando no se dispone de un empleo fijo, indefinido, estable, que es el que permite tranquilidad. Fue un placer participar, aunque, obviamente, el redactor recabó toda la información que pudo de muy diferentes lugares y personas para poder desarrollar dicho reportaje que, sin duda, resulta cuando menos interesante e invita a la reflexión. Aquí lo dejo para quien desee echarle un vistazo y leerlo con tranquilidad ya que ha tenido bastante repercusión y algunos me lo pasaron tildándome afectuosamente como “profe influencer”. 🙂
Aprovecho esta entrada para dejar unos humildes dibujos de mi autoría protagonizados por mi rubia guerrera y campeona nata, la sensacional Paula Román, el sublime ser de la eterna sonrisa que cautiva a cada paso desbordando talento y haciendo gala de las múltiples virtudes y cualidades que la hacen sencillamente IMPRESIONANTE. 😉